Quita tu ojo de lo que es de otro
Aprende qué hacer para alejarte de la envidia
Tal vez ya escuchaste a alguien decir que «El césped del vecino es más verde». Hay quienes van más allá de la frase y realmente desean el césped ajeno. En este ejemplo podemos mencionar a todos los que codician lo que es de alguien más: el auto, la casa, la esposa, etc. Ningún término define tan bien esa situación como la palabra «envidia», algo que acompaña a la humanidad desde hace milenios.
No es casualidad que el décimo mandamiento sea una advertencia contra ella: «No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.» (Éxodo 20:17).
La gran cuestión es que muchas personas lo desconocen, no lo toman en serio o creen que solo otros mandamientos –como no robarás y no matarás– son importantes.
Incluso, hay cristianos que ignoran este estatuto bíblico, pues no hacen nada para quitar la envidia de su corazón: ellos hasta van a las reuniones de la Iglesia, leen la Biblia, pero, cuando es necesario poner en práctica lo que ella orienta, se olvidan totalmente de Sus enseñanzas, lo que resulta en ese deseo de tener lo que es de otro; no toman en cuenta que la envidia ya fue la responsable de un sinnúmero de problemas en la vida de una infinidad de personas, y continúa siéndolo hasta hoy.
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Por ejemplo, la historia de los hermanos Caín y Abel, relatada en el Libro Sagrado (en Génesis 4), nos muestra que la envidia puede tener serias consecuencias. Ellos dos adoraban al Señor y sacrificaban parte de su producción. Cada vez que hacían sus ofrendas, Dios se agradaba de lo ofrendado por Abel, que siempre Le daba los primeros frutos de su producción, las llamadas primicias, mientras que Caín siempre Le daba lo que le sobrara de su cosecha.
Dios percibió que algo andaba mal con Caín. «Entonces el Señor dijo a Caín: ¿Por qué estás enojado, y por qué se ha demudado tu semblante? Si haces bien, ¿no serás aceptado? Y si no haces bien, el pecado yace a la puerta y te codicia, pero tú debes dominarlo.» (Génesis 4:6-7).
No obstante, como si no le bastara poner a Dios en segundo lugar, Caín sintió envidia de Abel al ser despreciado y, lleno de furia, mató a su hermano.
Hoy la tendencia es que muchos sigan los pasos de Caín por ignorar las enseñanzas de Dios. Por ejemplo, muchos se valen de la intriga y arman planes astutos contra los colegas del trabajo para tomar su lugar. Estos envidiosos desean mucho más que el césped verde, la casa o la esposa del vecino; ellos quieren apoderarse de la vida del otro.
Pero la historia de Caín y Abel muestra que los injustos y los envidiosos siempre salen perdiendo. Dios no provoca injusticias, Él permite que estas sucedan para que cada uno sepa quién es en realidad. Abel testificó su carácter justo honrando a Dios con sus primicias y nos mostró que nuestras recompensas con Él van más allá de este mundo.
Ahora bien, no olvides usar tu inteligencia y acepta que la responsabilidad de conquistar lo que necesitas es tuya. El otro pudo haberse dedicado bastante, perfeccionado sus habilidades por varios años y haber realizado sacrificios, así como los de Abel a Dios, los cuales ni te imaginas. Por eso, es necesario dejar la envidia de lado, estudiar y pelear la batalla para ser mejor sin desear lo que es de alguien más.
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