¿Quién haría lo que Dios hizo?

¿Quién haría lo que Dios hizo?

Por Departamento Web 2

La Pascua es un recordatorio del amor más grande y profundo de Dios, y por eso debería ser el período más importante para la humanidad, incluso aún puede serlo para ti. Entiende cómo hacerlo posible.

La palabra «Pascua» tiene raíces en el término hebreo «Pêssach» y significa paso. El evento se describe por primera vez en el segundo libro de la Biblia, Éxodo, y marca la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud. Antes de que la décima plaga cayera sobre Egipto, Dios instruyó a las familias a separar un cordero macho, de un año y sin defectos. El animal serviría como alimento para los hogares y su sangre debería ser untada en los dinteles de las puertas para proteger a los primogénitos del ángel de la muerte.

Desde entonces, los judíos celebran la Pascua en memoria de la liberación y la nueva vida que el pueblo hebreo recibió. El cristianismo abrazó la Pascua porque esta ceremonia ocurrida en Egipto, en realidad, apuntaba al cordero que Dios sacrificaría siglos más tarde: su Hijo. El Señor Jesús vino al mundo como un cordero perfecto, sin pecado, fue sacrificado y aquellos que marcan sus vidas con su sangre están libres del espíritu de la muerte. Esta es la Pascua cristiana.

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La muerte que produjo vida

«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna.» (Juan 3:16). Como leemos en las Sagradas Escrituras, Jesús vino a la Tierra con un propósito único: salvar. Por lo tanto, Su muerte y resurrección no ocurrieron por casualidad, sino que formaban parte del plan de Dios para la humanidad. Esta sería la única forma de liberar las almas de la muerte eterna. ¿Quién más podría hacerlo?

El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, pero, a pesar de vivir en medio de la perfección del Jardín del Edén, escuchó al diablo y comenzó a llevar en su interior una naturaleza pecaminosa. En el Antiguo Testamento, Dios ordenó que se sacrificaran animales para que las personas pudieran ser perdonadas de sus pecados, pero este ritual llegó a su fin después del sacrificio de Jesús en nombre de todos, registrado en Juan 1:29: «Ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».

Cuando vivió como hombre en la Tierra, Jesús enseñó e hizo innumerables milagros. A pesar de haber venido a salvar a todos, solo unos pocos realmente creyeron en Él y tuvieron sus vidas transformadas. Muchos otros, sin embargo, simplemente se aprovecharon de Su poder o incluso ignoraron Su esencia divina y Lo crucificaron, que era la forma utilizada para castigar los crímenes más terribles en aquella época.

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Aunque sin pecado, Su muerte fue precedida por mucha humillación y sufrimiento, iniciados por los religiosos de la época, como está escrito en Mateo 27:41-42: «también los principales sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, burlándose de Él, decían: “A otros salvó; a Él mismo no puede salvarse»». El episodio de la muerte de Jesús estuvo marcado por tanto dolor que incluso cuestionó el hecho de que Dios lo hubiera abandonado (Mateo 27:46). Profetizando sobre ese día, Isaías, en el capítulo 53 y versículos 6 y 7, afirmó: «Pero el Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros. Fue oprimido y afligido, pero no abrió Su boca. Como cordero que es llevado al matadero, y como oveja que ante sus trasquiladores permanece muda, Él no abrió Su boca.».

Pero lo que parecía estar perdido a los ojos humanos, con la muerte de Jesús en la cruz, tomó otro rumbo cuando Él dijo: «Consumado es». Allí, Su entrega resultó en el fin de las barreras entre Dios y el ser humano. «Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él.» (2 Corintios 5:21). La muerte de Jesús conmovió los cielos y la tierra: hubo un terremoto, el cielo se oscureció y hubo truenos. Allí se rompió la alianza con el mal y todos los que creen en Él están libres, como el pueblo de Israel se liberó de Egipto. También para tener derecho a la Salvación y a este amor incondicional de Jesús es necesario creer, obedecer y perseverar.

Después de salir de Egipto, el faraón persiguió al pueblo hebreo, que también enfrentó el desierto antes de llegar a la Tierra Prometida. La mayoría del pueblo pereció en el desierto por falta de perseverancia. Lo mismo ocurre en la actualidad. El hecho de que el Señor Jesús haya vencido en la cruz no significa automáticamente que seremos salvos. Seremos salvos si creemos en Él y mantenemos nuestro camino por este desierto hasta llegar a la Tierra Prometida, que será la vida eterna.

La gran oportunidad

De esta manera, la Pascua nos recuerda que, independientemente de los errores y los dolores del pasado, es posible comenzar de nuevo. Quien cree en el sacrificio del Señor Jesús en la cruz y en Su resurrección, tiene sus pecados lavados por la sangre del Cordero de Dios y recibe una nueva vida. Aunque hayas escuchado que tu error no tiene perdón o incluso que tus pensamientos te digan que ya no hay esperanza para ti, Dios promete perdón y transformación en la vida de aquellos que verdaderamente se rinden a Jesús.

El Creador hizo su parte, muy dolorosa por cierto, que fue entregar a Su Hijo por nuestros pecados. Ahora depende de cada uno aprovechar la oportunidad y entregar su propia vida para tener derecho a algo mucho mayor: la vida eterna con Él.

La oportunidad llama a la puerta

Es posible notar que el Señor Jesús no se sacrificó en la cruz solo por Sus discípulos o por aquellos que son sabios, ricos o supuestamente «correctos». La sangre derramada por Él fue para salvar a todos aquellos que creen, ya sea que estén perdidos, angustiados, viviendo en el error o incluso llenos de traumas. Sin embargo, depende de cada uno sujetarse humildemente a Él.

El hecho es que Jesús está listo para vivir con aquellos que son humildes, como Él mismo dice en Apocalipsis 3:20: «Yo estoy a la puerta y llamo; si alguien oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo».

¡Te esperamos!

Por eso, durante esta Semana Santa, en todas las Universal tendremos encuentros especiales.

Este 29 de marzo, en Viernes Santo, se llevará a cabo la distribución gratuita del Aceite de Tierra Santa. Será un día en el que por medio de tu fe puedes encontrar la liberación de las ataduras del mal.

Y este 31 de marzo será el Domingo de Resurrección, que coincide con el cierre del Ayuno de Daniel. Durante este propósito, nos hemos enfocado en buscar la presencia de Dios o renovar la alianza con Él. Pero para que Dios derrame Su Espíritu sobre la vida de alguien, Él necesita que la persona Lo coloque en primer lugar. Por eso, ¡prepárate para este gran día!

Te esperamos en ambas fechas en el Templo de los Milagros: Av. Revolución # 253, col. Tacubaya, o bien, en la Universal más cercana. No olvides consultar los horarios.

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