Bienaventurados los misericordiosos

Bienaventurados los misericordiosos

Por Departamento Web 2

Cuando escuchas la palabra «misericordia», ¿qué viene a tu mente? Quizá la entiendes como pena o lástima hacia otra persona. Sin embargo, su verdadero significado dista mucho de eso.

«Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia.» (Mateo 5:7).

Durante el Santo Culto del pasado domingo 28 de enero, el obispo Franklin Sanches explicó que la misericordia divina a la que Jesús se refiere produce en nosotros la reacción actuar en favor de las demás personas. Un claro ejemplo de misericordia lo dio el propio Dios al dar a Su único Hijo por la humanidad.

«Él la manifestó con la acción de dar. Como la humanidad estaba perdida, dio a Su Hijo, Jesús, para que muriera en la cruz y, así, darnos el perdón. Su acción no fue la de decir: “Pobre gente”. Ahora bien, Él dijo que quien da misericordia también la recibirá. En otras palabras, para que usted alcance la misericordia de Dios, también tiene que otorgarla con hechos», detalló el obispo.

Y esta acción no la debemos hacer solo una vez, sino cuantas veces sean necesarias: «Entonces acercándose Pedro, preguntó a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí que yo haya de perdonarlo? ¿Hasta siete veces?”. Jesús le contestó: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.”» (Mateo 18:21-22).

«Parece fácil decir que uno debe perdonar cuantas veces sean necesarias a alguien que le hirió, ofendió y/o juzgó. Solo quien ya fue condenado por alguien sabe el dolor que se siente. Sin embargo, así como Dios nos tuvo misericordia, también debemos perdonar a quien nos hizo daño», agregó.

Esto lo dejó claro en la historia de los 2 deudores (Mateo 18:23-35). Un rey quiso ajustar cuentas son sus siervos, y uno de ellos tenía una deuda impagable, por lo que iba a ser vendido junto con su familia y todo lo que tenía. Sin embargo, el siervo pidió misericordia y su señor le perdonó la deuda. El problema vino después. Un compañero suyo le debía una cantidad insignificante; sin embargo, no aprendió de su propia experiencia y, en lugar de tener misericordia con su consiervo, lo echó en la cárcel hasta que pagara la deuda. Cuando el rey oyó sobre esto, le dijo al primer siervo: «te perdoné toda aquella deuda porque me suplicaste. ¿No deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me compadecí de ti?» (Mateo 18:32).

Al final, aquel hombre fue encarcelado.

Cuando le pedimos perdón a Dios Él borra nuestro pasado. Pero del mismo modo espera que hagamos lo mismo por quien nos ha lastimado.

«No sé qué fue lo que aquella persona le hizo, tal vez se merece todo el odio que siente; sin embargo, no se puede dejar llevar por lo que su corazón siente. Para perdonar, no se requiere del corazón, sino de la cabeza. No vale la pena que usted cargue con ese dolor dentro de usted, porque ese sentimiento es como un cáncer que va destruyendo su alma. Incluso ya fue comprobado por la ciencia: una persona rencorosa es más propensa a tener problemas del corazón. Pero, lo más importante es que, mientras usted no perdone, no será perdonado por Dios.

Quizá usted lleva consigo mucho odio por lo que su papá le hizo, o se defiende a golpes por el bullying que sufrió. Esas son heridas que lleva y no van a sanar con el tiempo, sino todo lo contrario. La cura está en el perdón. En el momento en que decide perdonar, su alma se libera y la herida se cierra», finalizó.

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