«Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados»

«Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados»

Por Departamento Web 2

La base de la felicidad no está en los logros, el dinero o formar una familia, sino en la Palabra de Dios, en las enseñanzas del Señor Jesús, porque es ahí en donde aprendemos cómo ser verdaderamente felices. Esto lo podemos ver en las bienaventuranzas que el Señor nos dejó en Mateo 5. Por ello el obispo Franklin dio continuidad con el estudio de ellas, con la segunda bienaventuranza:

«Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados.» (Mateo 5:4).

«Cuando Él dice “bienaventurados los que lloran”, se está refiriendo al llanto por el arrepentimiento de los pecados cometidos. Porque lo que hace que las personas vivan infelices es el hecho de que están apartadas de Dios, esa es la razón por la que viven un infierno en la tierra. Pero cuando la persona reconoce sus pecados y los confiesa, llora de arrepentimiento por los errores que cometió», explicaba el obispo.

«La mano del Señor no se ha acortado para salvar; ni Su oído se ha endurecido para oír. Pero las iniquidades de ustedes han hecho separación entre ustedes y su Dios, y los pecados le han hecho esconder Su rostro para no escucharlos.» (Isaías 59:1-2).

Muchas personas suelen pensar que Dios no las escucha e incluso que las abandonó, no obstante, podemos ver en los versículos anteriores que eso no es así, sino que es el pecado lo que separa al hombre del Altísimo, en consecuencia, cuanto más lejos Dios, más cerca del diablo.

«Entonces la persona está sufriendo, no porque Dios la haya castigado o la haya abandonado. Es la consecuencia de sus pecados, porque no se arrepiente de ellos; y porque no se arrepiente, se mantiene separada de Dios y cerca del diablo. Y, evidentemente, el diablo vino para robar, matar y destruir (lee Juan 10:10); entonces mi vida estará destruida», señalaba.

El obispo decía que el motivo del sufrimiento, la miseria, los problemas en el matrimonio, etc., son resultado de estar separados del Creador. Pero cuando la persona entiende cuál es la raíz de su sufrimiento, ella se arrepiente y llora por lo que ha hecho. Ese arrepentimiento genera en la persona el deseo de cambiar y por ello ella vuelve a Dios. Al hacer eso, el Señor la consuela, sana sus heridas y la restaura sin importar los errores cometidos.

«No importa lo que usted haya hecho o lo que está haciendo, lo que importa es que usted quiere cambiar. Si usted dice: “obispo, yo quiero cambiar”, “yo quiero comenzar una nueva vida”, “yo no quiero llevar ese dolor que tengo”, “ya no quiero más estar separado de Dios, porque yo estoy sufriendo mucho”. Pero cuando uno se arrepiente, entonces uno se vuelve hacia Dios y Él le trae consuelo», comentaba.

A pesar de eso, muchas personas intentan ocultar sus pecados y quiénes son realmente, pero se les olvida que, aunque podamos ocultar nuestros pecados de todos, no podemos ocultárselos a Él. Sin embargo, Dios no condena a nadie, todo lo que quiere es que la persona se arrepienta y vuelva a Él, por eso el obispo recordaba el pasaje en Juan 8:11, en el que Jesús le dice a la mujer adúltera: «yo tampoco te condeno, ve y no peques más». Porque una vez que la persona reconoce y confiesa sus pecados, el Señor la perdona sin importar lo que los demás digan y sin importar las acusaciones del diablo. Si ella confesó, entonces es perdonada, con la única advertencia de no volver a cometer el mismo error para así no apartarse de nuevo de Dios.

«Una vez que sus pecados son perdonados, Dios quiere hacer un pacto con usted, y para eso está la Santa Cena. La Santa Cena no es un ritual religioso, es para las personas que quieren tener comunión con Cristo, que quieren andar con Él y quieren agradarle.

La Santa Cena es para eso y, si usted está aquí y usted dice: “obispo, yo decido hacer un pacto con Dios”, “hoy yo decido entregarle mi vida a Jesús, no quiero volver a la vida que tenía. Quiero empezar una nueva vida a partir de hoy”. Entonces, la Santa Cena es para usted que quiere eso, y desean andar con Dios», finalizó.

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