Envidia: ¿por qué los demás sí y yo no?
Asaf era un levita, un hombre de Dios, temeroso y recto en sus actitudes, tanto que fue uno de los hombres que escribió varios salmos, como en el Salmo 73:2-3, en el que él dice: «En cuanto a mí, mis pies estuvieron a punto de tropezar, casi resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, al ver la prosperidad de los impíos.». Él tuvo envidia de los que no temían a Dios, pero tuvo la humildad de confesar su debilidad.
Cuando fijamos nuestros ojos en el Altar, estamos seguros, pero, cuando desviamos los ojos del Altar, caemos. ¿Por qué? Porque la persona deja de mirarse a sí misma, a su situación y deja de examinarse para examinar la vida de los demás.
Sabemos que el diablo no puede tocar a aquellos que son de Dios, entonces él sopla ideas para desviar sus ojos por medio de aquellos que viven en la opulencia, en la ostentación y en la riqueza, pero que en su interior son vacíos y huecos.
Por eso Dios habla en Proverbios 4:23: «Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida.». Entonces, deja de ser ambicioso y envidioso, no centres tu mirada en nadie y no codicies lo que es de otros. Deja a los demás de lado y mírate a ti mismo.
Tal vez digas: «Yo me la vivo en la casa de Dios y no tengo nada, mientras que otros tienen todo». ¿Cómo que no tienes nada? Si tienes el Espíritu Santo, tienes la mayor riqueza y la mayor gloria que existe en el Cielo y en la Tierra. ¿A caso existe mayor riqueza que esa?
Asaf no tuvo esa mentalidad. Él pasó por momentos difíciles, pero lo bueno es que confesó, y en el versículo 17 dice: «hasta que entré en el santuario de Dios; entonces comprendí el fin de ellos.». Eso puede suceder contigo cuando recibas el bautismo con el Espíritu Santo. Porque todo pasa, todo acaba, pero los que hacen la voluntad de Dios permanecen eternamente.
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