¿Remordimiento o arrepentimiento?

¿Remordimiento o arrepentimiento?

Por Social Media

¿Quién no ama una buena historia? Ellas tienen el poder de sumergirnos muy profundamente y entrar en la esencia de los hechos. Abrazan a las personas de todas las edades, culturas y clases sociales por su fácil comprensión.

El Señor Jesús las usaba para enseñar, y mi preferida es la de Su autoría, el Hijo Pródigo.

Aprendemos mucho en esta narración, pero hoy quiero resaltar el momento en el que el hijo reconoció su error y cómo logró levantarse.

Aquel joven fue terriblemente ingrato con su padre. Desconsideró todo lo que recibió y pisoteó su amor.

Exigió su parte en la herencia, de la cual aún ni siquiera tenía derecho, y se fue sin dejar rastro.

Gastó todo en trasnochadas, amigos y mujeres, hasta que fue abandonado por todos. Sin dinero y sin amigos, la ilusión acabó. Solo le quedó cuidar a los cerdos para alimentarse.

Mientras tenía bienes, no veía cuán equivocado estaba. Concluimos que los chiqueros —el fondo del pozo— tienen sus ventajas.

Tomó cierto tiempo, pero un día, él entró en razón y se dio cuenta de la gravedad de sus actos. Reflexionó, escuchó su consciencia, fue humilde y decidió enmendarse.

Nadie logra hacer que el otro vea y se arrepienta. Si no le cae el veinte, los consejos son en vano.

El hijo regresó cabizbajo y aniquilado por la desobediencia. Sentía vergüenza y el peso de la injusticia cometida. Sabía que ya nada podía ser igual. «Recíbeme y trátame solo como un simple trabajador en tu casa, ¡eso es suficiente!»— le dijo al padre.

Hemos visto una «modernidad espiritual», donde los pecados y los errores ya no son tan graves. Pueden ser resueltos con un simple pedido de disculpas y automáticamente quieren que sea olvidado. Las Escrituras enseñan que el arrepentimiento está acompañado de señales, como: quebrantamiento, ayunos, llanto. Hoy eso fue sustituido por corazones indiferentes —casi artificiales— y ojos muy secos. (No quiero decir que las lágrimas son prueba del arrepentimiento, ¡pero es difícil ver a un arrepentido no sufriendo en lágrimas!).

Vemos personas que dejan un rastro de errores y disgustos, y eso ni les sonroja el rostro. Son capaces de pedir un millón de excusas y hacer promesas, que no alteran en nada su interior y exterior— todo sigue igual.

El pedido de disculpas encaja perfectamente cuando sin querer usted pisa el pie o tropieza con alguien, comete un error… Es una adjudicación que sirve para pequeños pesares, como: «Mira, lo siento, no quería hacer esto, pero pasó».

Pero, pedir perdón es algo profundo, sin justificaciones o excusas endebles. Quien está arrepentido de verdad, sabe que falló y no culpa al otro. No huye de las consecuencias de su error. Se siente destruido por la tristeza que lo impulsa a confesar y lograr ser perdonado.

¿Usted creería en el arrepentimiento del hijo pródigo, si él se acercara a su padre, culpando a los amigos que lo influenciaron? ¿O si Pedro justificara su traición en el interrogatorio de las personas?

Hay perdón y oportunidades para los humiles. Los brazos del Padre y una nueva vida estaban a la espera del hijo como recompensa después de que entró en razón.

Nunca falle pidiendo disculpas, minimizando sus errores, cuando la situación exige pedir perdón.

¡Hasta la próxima”

Por Núbia Siqueira

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