Quien lo observa… ¿qué es lo que ve?

<strong>Quien lo observa… ¿qué es lo que ve?</strong>

Por Departamento Web 2

Muchos dicen que todos somos hijos de Dios. Sin embargo, «hay que observar la conducta, la forma de ser y la manera en que la persona vive; pues, así como hay diferencia entre el agua y el aceite, así hay diferencia entre los que son hijos de Dios y los que no lo son», explicó el obispo Franklin el pasado domingo 4 de diciembre, durante el Santo Culto.

Por ejemplo, hay quienes antes vivían en los vicios, mintiendo, etc., pero al volverse hijos de Dios experimentaron una transformación completa. Es algo que se puede observar, porque quien es hijo del Altísimo es diferente, se nota, se percibe el cambio en su vida.

«Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Si me hubierais conocido, también hubierais conocido a mi Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre?» (Juan 14:6-9).

En el versículo anterior, el Señor Jesús habló del factor tiempo: Él estuvo 33 años en la Tierra, pero con Sus discípulos estuvo 3 años. Jesús consideró que 3 años eran suficientes para que ellos pudieran ver al Padre. «Usted necesita reflexionar: ¿Cuánto tiempo lleva acudiendo a la iglesia? ¿Las personas a su alrededor perciben a Dios a través de su vida?», preguntó.

Una realidad es que, los que no conocen a Dios, no quieren simplemente escuchar sobre Él; ellos quieren verlo. «Tal vez algunos le cuestionan: “¿Hace mucho que vas a la iglesia y todavía tienes ese carácter?”», dijo el obispo.

Piénselo, Jesús cuestionó a Felipe: «¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí es el que hace las obras. Creedme que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí; y si no, creed por las obras mismas» (Juan 14:10-11).

Si alguna persona no cree que usted es hijo de Dios por lo que usted dice, por sus palabras, entonces tiene que creerlo por las obras. El obispo Franklin explicó que «su vida tiene que materializar la obra de Dios. Las personas tienen que ver a Dios a través de usted, de su carácter, pero también por medio su economía, de su salud, de su vida bendecida». Así, podrán creer que el Padre está en usted y que usted está en el Padre.

Porque, como ya lo habíamos dicho, quien es hijo de Dios lo muestra y los que conviven con él lo confirman. «¿Qué será lo que su esposa o su marido responderían si alguien les pregunta cómo es usted? ¿Dirían: “él es una bendición, desde que está en la iglesia es una maravilla”? O tal vez dirán: “Obispo, ya no sé qué hacer, él cada día está peor”».

¿Quién lo ve a usted, ve al Padre? No se trata de condenarse, sino de analizar su vida. Eso fue lo que Jesús le dijo a Felipe: «¿Todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre».

Cuando alguien ve a un hijo del Altísimo, ve al propio Dios en cuanto a conducta, comportamiento, en su forma de hablar, pero también en la calidad de vida. Porque Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6). Sí, Él es vida, por lo tanto, la vida de sus hijos es una bendición, hay prosperidad, el sufrimiento que existió en la historia de su familia no se repite en su hogar. Un hijo de Dios es Su hijo en cualquier lugar: en su trabajo, sus compañeros notan que sobresale, sus manos son benditas. Le van a preguntar, «¿cómo le haces para que te vaya bien?» o «Qué es lo que haces para vender tanto?» «¿Cuál es tu sazón o el ingrediente secreto?». Su respuesta va a ser: yo soy hijo de Dios.

«Usted tiene a un Padre que le acompaña, le guarda, le abre caminos. Incluso, si alguien quiere hacerle daño usted no teme, pues si Él está ahí, ¿quién puede tocarlo?», explicó el obispo. Dios quiere ser visto a través de usted, como hijo. La vida de un hijo tiene que glorificarlo a Él, que vean que es el Todopoderoso que ve por los suyos, que bendice, sana y cuida de Su pueblo. No es un Dios lejano ni distante.

Él también dijo: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo» (Mateo 6:9-10).

«¿Cree que en el cielo hay dolor o tristeza? No. El Padre quiere que sea hecha en esta tierra lo que es hecho en el cielo», dijo. Si usted reconoce que no es hijo de Dios, ya no aguanta su situación, basta con tomar la decisión de entregarse a Él por completo. Cuando Jesús estaba en la cruz, había 2 ladrones a su lado. Uno de ellos le pidió que, al entrar a Su reino, se acordara de él. Y Jesús le dijo: «hoy estarás conmigo en el cielo».

Puede que su vida sea un desastre, está en los vicios, en la miseria, con tantos problemas, pero si usted quiere que la voluntad de Dios se haga en su vida, dígale que quiere ser Su hijo. Al entregarle su todo en el altar, bajará de ese lugar siendo un hijo de Dios.

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