¡Puedes levantarte!

De una forma u otra, muchos de los que se alejaron de Dios, quedaron postrados y desanimados.

El regreso a la iglesia es aún más difícil a causa de las voces malignas diciendo: «¿Qué van a decir o a pensar a tu respecto?» «¡Nadie más va a creer en ti! Todo el mundo te va a ver como a un fracasado». «Es mejor que leas la Biblia, que ores y que sigas a Jesús en tu casa, libre de las miradas de los que te conocen. Y así nadie te criticará o te mirará con desdén».

Esta última, es la posición más anhelada por el mal. Cuanto más el cristiano se aísla de la comunión en la iglesia, más vulnerable es frente a los ataques.

Y comienza así: un día lee la Biblia, pero al otro se le olvida. Un día ora con fervor y, al otro, con menos. Sin notarlo, va sustituyendo la práctica de la fe por cosas «más emocionantes». Y cuando menos se lo espera, su llama está totalmente apagada.

Cuando era joven me enamoré de alguien de la misma iglesia. Ella reunía las condiciones espirituales para ser mi esposa. Me comprometí y llegamos a preparar parte de la casa.

Descubrí a tiempo que no era la voluntad de Dios. Terminé con el compromiso y tuve que enfrentar las críticas de sus padres, de los míos y de toda la iglesia.

Sentí vergüenza y las miradas juzgadoras sobre mí. No obstante, seguí asistiendo a la iglesia. A final de cuentas, mi salvación era la que estaba en juego.

Dios permite humillaciones para que no nos sintamos orgullosos de nuestra propia fe.

Si este es tu caso, ¡da gracias a Dios por la humillación y ve adelante! Porque los humillados, a su tiempo, serán enaltecidos (lee Mateo 23:12).

Extraído del blog del Obispo Macedo