¿Cuál es el combustible que impulsa el corazón del nacido de Dios?

¿Usted ya pensó sobre qué impulsa la vida de quien tuvo un verdadero encuentro con Dios? Para responder esta pregunta, podemos recurrir a la trayectoria de los discípulos que siguieron al Señor Jesús de cerca, mientras Él estuvo en forma de hombre en este mundo.

Haga un ejercicio mental y recuerde lo que sucedió con ellos. Pedro, Santiago, Juan y los demás eran hombres comunes que vivían en una realidad simple. Ellos conocían a Dios, pero lo que ellos iban a experimentar al lado del Señor Jesús sería algo que transformaría sus vidas para siempre. Ellos nunca más verían el mundo de la misma manera.

El grupo convivía con el Maestro todos los días. Oían de Él enseñanzas que provenían del propio Padre, fueron testigos del poder del Espíritu Santo y pasaron por un entrenamiento intensivo que duró tres años.

En otras palabras, el Señor Jesús quería que ellos se convirtieran en una copia genuina de quien era Él. Porque, aquel grupo de personas le daría continuidad a Su trabajo en la Tierra: acercar a la humanidad al Creador. Por lo tanto, necesitaban aprender a ver el mundo desde la misma perspectiva de Cristo. Fue lo que ellos hicieron tras la partida del Maestro. Y divulgaron el mensaje de arrepentimiento de los pecados y salvación eterna entre los pueblos (Hechos 2:38). El resultado de eso es narrado ampliamente en el libro bíblico de Hechos.

A lo largo de toda la Biblia, vemos que el sueño de Dios con respecto a su creación principal —los humanos— es reunir para sí mismo a un grupo de personas que se relacione con Él en comunión. Al punto de que Él ofreció a su Hijo amado, Jesucristo, para morir en una cruz (Juan 3:16). Esa era la muerte más terrible que los romanos le aplicaban a un criminal. Hubo azotes, una corona de espinos y clavos en sus manos. Todo para el rescate de la humanidad, que estaba muerta en el pecado.

Compartiendo la fe

Ese fue uno de los motivos por el cual Dios amó a Abraham. Porque él contribuyó con el plan de Altísimo de expandir la fe que había recibido por medio de su estrecha experiencia con Él.

En el libro del profeta Isaías 51:2, Dios afirma: “Miren a Abrahán, su padre; miren a Sara, la mujer que los dio a luz. Cuando él era uno solo, yo lo llamé, lo bendije y lo multipliqué”. Debido al patriarca de la fe, todas las personas de la Tierra, a lo largo de los siglos, tuvieron la oportunidad de conocer la existencia de Dios.

El obispo Edir Macedo señala lo siguiente: “El modesto comienzo de esta pareja, que concibió a su hijo en la vejez (Abraham tenía cien años y Sara noventa), y la obediencia perseverante hicieron que ambos se convirtieran en una referencia para todas las generaciones. Abraham y Sara no se convirtieron solamente en padres de Israel, sino de todos los que creen en la Palabra de Dios (Romanos 4:16-22)”.

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El poder transformador de Dios

Así también debe ser en la vida de aquellos que son impactados por el poder del Altísimo. No es posible tener una experiencia con el Espíritu Santo y resultar siendo la misma persona. Porque, Dios es el Autor de la vida. Todo el poder emana de Él. Tal como sucedió con Abraham, Sara y el grupo de discípulos, la persona es transformada completamente en su interior.

Entonces, los objetivos de Dios también empiezan a ser los objetivos de la persona. Deja a un lado sus planes personales para vivir los planes del Creador. Es capaz de someterse totalmente a la voluntad del Altísimo, obedeciendo Sus Mandamientos y compartiendo la fe con otras personas —para que ellas tengan la misma alegría que ella tiene. La persona se convierte en una “fuente rebosante”.

Por lo tanto, el combustible que impulsa el corazón del nacido de Dios es ganar almas para Su Reino. Pues, ya no es la persona la que vive, sino que es Cristo quien vive dentro de ella (Gálatas 2:20).

Si usted desea tener esa experiencia con Dios, participe hoy en una de las reuniones que se llevan a cabo en el Templo de los Milagros, en Av. Revolución núm. 253, Col. Tacubaya, CDMX, o en la Universal más cercana a su domicilio.