¿Qué pasará cuando llegue esa hora?

«Lo que nosotros vamos a hablar en esta mañana es algo muy importante y va a definir el destino de su alma. Entonces no es algo que podemos tomar a la ligera, pues vamos a hablar sobre la eternidad, sobre la vida después de la muerte, porque un día, todos (jóvenes o viejos) nos vamos a ir. El problema no es que esa hora llegue, el problema es ¿qué pasará cuando llegue esa hora? ¿Cuál es el destino de mi alma?»

Con esas palabras arrancó el obispo Franklin Sanches la prédica del Santo Culto del domingo 13 de agosto. Él mencionaba que en este mundo hay muchas ideas que intentan sacar teorías sobre la vida después de la muerte, sin embargo, la Palabra de Dios no deja dudas al respecto.

El problema con el ser humano es que, en realidad, casi nadie entiende el valor de su alma, no tienen conciencia de la eternidad y por eso solo viven en función de sus necesidades y deseos. Lo que no comprenden es que todo en este mundo es pasajero, muchos ponen su confianza en sus bienes, estatus o belleza, pero cuando el tema es la salvación, eso no sirve de nada, pues lo que hará la diferencia es si la persona aceptó en esta vida al Señor Jesús como su único Señor y Salvador. Quien no lo haga, lamentablemente, al morir, habrá perdido su salvación.

Al respecto, el obispo hizo referencia a la historia del Rico y Lázaro, que encontramos en Lucas 16:19-29. Esto es una narración del Señor Jesús de la vida después de la muerte, en la que se relata la historia dos hombres que a lo largo de sus vidas tomaron decisiones muy diferentes y tuvieron repercusiones en la eternidad. Pues por un lado Lázaro era un mendigo que a pesar de estar lleno de llagas y padecer hambre, no murmuró ni abandonó a Dios, al contrario, él se aferró y mantuvo su fe en el Dios de Abraham, por eso al morir fue salvo y su alma se la llevaron los ángeles. Él pasó mucho tiempo a la puerta del rico quien diariamente derrochaba sus riquezas para realizar espléndidos banquetes, pero al morir, al contrario de Lázaro, solo fue sepultado y de ahí pasó al infierno porque creyó que no necesitaba de Dios, pues aparentemente tenía todo.

La historia del rico es la misma que viven la mayoría de las personas, quienes ponen en las riquezas, sus éxitos, amigos y familia el motivo de su existencia. No obstante, el obispo comentaba que ellas, al igual que el rico, lo hacen para llenar el vacío de su alma, es una manera de intentar ocultar lo infelices que son, por ello muchas caen en las adicciones porque es una forma de buscar momentos de placer y felicidad, así como para evadir la realidad en su interior.

Una revelación

Muchos creen que al morir todo acaba, sin embargo, eso no es verdad; de hecho, empieza la vida en la eternidad, ya sea para vivir eternamente en el Reino de los Cielos o vivir eternamente en el tormento del infierno.

«En el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces, gritando, dijo: “Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama.”» (Lucas 16:23-24).

En estos versículos queda claro que en la eternidad tendremos cuerpos eternos, y aquellos que estén en el infierno van a sentir, ver, hablar, estar conscientes y recordar su vida en la Tierra.

«Con eso yo no quiero asustarle, yo quiero hacerle conciencia de que un día todos vamos a irnos y tendremos que dar cuentas de lo que hicimos aquí. “Obispo, yo soy una buena persona, yo no le hago mal a nadie”, eso no garantiza que usted será salvo porque la salvación viene por la fe en el Señor Jesús y no por obras que yo realicé, es por la fe.

Yo soy obispo y lucho para ayudar a las personas, pero eso no me hará salvo, lo que me dará la salvación es vivir en obediencia al Señor Jesús. Yo no seré salvo porque yo soy obispo, el obrero no será salvo porque es obrero, el pastor no será salvo porque es pastor. Nadie va a poder llegar al cielo, presentar una credencial y decir: “pase libre porque soy obispo”. No, porque la salvación es por la fe, es vivir una vida con Dios, en comunión con Él, es el sacrificio diario que hacemos, todos los días estamos sacrificando para que Dios tenga misericordia de nosotros, sacrificando nuestro ser, nuestro querer, nuestras voluntades», enfatizó el obispo.

«Pero Abraham le dijo: “Hijo, acuérdate de que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quieran pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allá pasar acá.”» (Lucas 16:25-28).

Una vez que se definió el destino de un alma, se acabó, ya no hay forma de cambiarlo. Dios tiene misericordia mientras estamos en esta vida, porque el Señor sabe que aquí es en donde las personas eligen a dónde desean pasar la eternidad. Por ello, el obispo Franklin señalaba que «si yo me entregué a Jesús, fui fiel, anduve en Sus pasos, me aparté del pecado, traté de vivir una vida con Dios, voy a ser salvo. Pero, si yo viví en la hipocresía, el pecado; está bien, después voy a pasar la eternidad en el infierno por mi decisión.

No es Dios quien echa a la persona en el infierno, es la propia persona por el hecho de no querer someterse al Señor Jesucristo, que vino para dar la vida por nosotros, Él pagó nuestra salvación con Su sangre. Pero si yo lo rechazo, si no me quiero someter a Él, ¿cómo viviré con Él por la eternidad? Imagínese, ¿usted va a querer a su lado a una persona que le desprecia? Menos Dios».

«Entonces le dijo: “Te ruego, pues, padre, que lo envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento.”» (Lucas 16:25-28).

Aunque el rico quería evitar que sus hermanos terminaran como él, ellos estaban teniendo las mismas oportunidades, y hoy no es diferente, todos tenemos la oportunidad de elegir a Jesús, la verdad y la justicia, el problema es que no creen, aun estando en la iglesia, pero, «esta reunión está siendo grabada en el cielo» —indicó—, para que cuando las personas quieran justificarse, les mostrarán todas las ocasiones de salvación que tuvieron y despreciaron por no creer que era verdad. A pesar de ello, y sin importar nuestro pasado, hoy nos brinda la oportunidad, solo necesitamos tomar la decisión de volverlo nuestro único Dios, obedeciéndolo y teniendo la conciencia de que nuestro corazón no puede estar en nada ni en nadie.

«Entonces señoras, señores y jóvenes, piensen en eso. Si hoy fuera ese último momento de su vida, ¿cuál sería el destino de su alma?», finalizó.

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