¡Qué gran privilegio!
«… el cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios.» (2 Corintios 1:4).
Somos privilegiados por tener el Espíritu Santo en nosotros, consolándonos y fortaleciéndonos.
A causa de esa fuerza y de esa alegría que recibimos de Él, podemos consolar a los afligidos y transmitir fe y alegría a los que no lo conocen.
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