¿Se vale dar «mordidas»?
Dicen que el mundo es de los listos. Y es que hay personas que piensan que para tener éxito es necesario usar lo que llaman astucia: pasar sobre los demás por medio de artimañas nada éticas. Entra en la lista la famosa «mordida», nada bien vista en otros países —y con toda razón—, parece haber dejado de ser la excepción y volverse la regla por aquí.
Según una encuesta realizada por el periódico Reforma, 1 de cada 4 mexicanos pagó o le fue pedido un soborno a un servidor público. Por su parte, la Encuesta Nacional de Calidad e impacto gubernamental, la mordida promedio en México pasó de 2,273 a 3822 pesos en 2 años.
Pareciera cosa de niños, que siempre pasan por el mismo camino que les parece más fácil, y no de hombres, que hacen lo que debe hacerse de la manera correcta, éticamente, sin perjudicar a nadie. Aunque eso signifique perder temporalmente, pero con hombría.
Hay una línea muy delgada entre algo que puede ser benéfico —la ventaja de buscar nuevas soluciones— y una cosa nada admirable «la mordida», para sacar la ventaja indebida.
Los hombres de verdad no dan una «mordida»: ellos hacen lo que debe hacerse honestamente, con rectitud, independientemente de la dificultad. Quien tiene hombría está listo para buscar sus metas de manera seria.
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¿Qué dice la Biblia sobre las «mordidas»?
La propia Biblia no habla sobre ser «listillo», sino sobre ser sabio. El soborno es condenado: «¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Que muestre por su buena conducta sus obras en mansedumbre de sabiduría. Pero si tenéis celos amargos y ambición personal en vuestro corazón, no seáis arrogantes y así mintáis contra la verdad. Esta sabiduría no es la que viene de lo alto, sino que es terrenal, natural, diabólica» (Santiago 3:13-15). La sabiduría de verdad es exaltada como lo merece: «Pero la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía.» (Santiago 3:17).
Entran en la lista de los «listillos» aquel que traiciona la confianza de la mujer que dice amar; aquel que se aprovecha de su socio para ganar más; el que maneja ebrio y soborna a las autoridades; el que sabotea el proyecto de su prójimo; el que en la escuela copia en los exámenes o plagia trabajos, y así sucesivamente en un sinfín de artimañas.
«Andad sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el tiempo» dice también sabiamente, en Colosenses 4:5. Quien es íntegro no se somete a esquemas de ese tipo, no usa la excusa de «todo el mundo hace eso». No necesita rebajarse a ese tipo de cosas.
Cabe recordar que el precio de la mentira siempre es cobrado en el futuro. Cuando la máscara se cae, lo demás también. Los «demonios» del que hace sobornos aparecen para asustarlo. Él cree que todo el mundo también hace lo mismo y quiere dejarlo atrás, en un constante delirio de persecución. Además del miedo a ser descubierto en cualquier momento.
Sí, el mundo puede ser de los astutos en la visión de quien solo quiere ventajas y merecerlo, pero el Reino de los Dios es de los sabios. «y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús.» (2 Timoteo 3:15).
Medita en: ¡No confíe en las opiniones de su corazón!
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