Llorar, y ¡llorar!

Llorar, y ¡llorar!

Por Departamento Web 2

«Cuando llegaba el día en que Elcana ofrecía sacrificio, daba porciones a Penina su mujer y a todos sus hijos e hijas; pero a Ana le daba una doble porción, pues él amaba a Ana, aunque el Señor no le había dado hijos. Su rival, Penina, la provocaba amargamente para irritarla, porque el Señor no le había dado hijos.» (1 Samuel 1:4-6).

El pasado Santo Culto, el Obispo Franklin Sanches habló de la importancia de vivir la fe. Él ejemplificaba esa situación con la historia de Ana, una de las esposas de Elcana, un hombre que año tras año subía al templo a ofrecer sacrificios. Ella se lamentaba porque no había tenido un hijo y la otra mujer de su esposo se burlaba de esa situación. Eso hacía que se sintiera humillada y la llevó a tomar una actitud pasiva durante muchos años, solo llorando y lamentándose.

Así mismo sucede con las personas que están pasando por una situación difícil, quizá es un hijo en las drogas, un marido que la trata mal, una esposa que menosprecia a su pareja, una situación injusta o vergonzosa en el trabajo, en fin, ejemplos hay muchos. Pero en la mayoría de los casos el común denominador es el llorar y lamentar su situación igual que Ana, poniendo sus esperanzas en personas o circunstancias que terminan decepcionando y desgastando más a la persona.

A decir por el obispo, esa es la manera de actuar de una persona religiosa, que se guía solo por las tradiciones. Es decir, su fe es teórica, por eso, como no usa su fe, no vive la fe, es una persona frustrada y fracasada. A pesar de decir que cree en Dios y es asidua a la iglesia, su vida no Lo refleja; esto lleva a muchos a creer que no hay solución o una salida para su problema y hay quienes piensan que así lo quiso Dios, como si fuera un castigo o una prueba y por eso las personas se resignan. No obstante, esa no es la voluntad del Altísimo sino la del enemigo, pues satanás es el único beneficiado al impedir que el Señor sea glorificado.

«Esto sucedía año tras año; siempre que ella subía a la casa del Señor, Penina la provocaba, por lo que Ana lloraba y no comía.» (1 Samuel 1:7).

Desafortunadamente, situaciones así no solo hacen que las personas las acepten y se acostumbren, sino que van mermando su autoestima y su fe. Ana esperaba conmover a su esposo, ella quería que él solucionara su problema

«Entonces Elcana su marido le dijo: ”Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué está triste tu corazón? ¿No soy yo para ti mejor que diez hijos?”». (1 Samuel 1:7-8).

Ana hacía eso (llorar y no comer) pensando que su marido la consolaría. Pero esta actitud generó en él lástima, e hizo que Ana se sintiera más indignada, pues se dio cuenta que su proceder estaba avergonzando a Dios.

«Pero Ana se levantó después de haber comido y bebido estando en Silo, y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en la silla junto al poste de la puerta del templo del Señor, ella, muy angustiada, oraba al Señor y lloraba amargamente.» (1 Samuel 1:9).

Por ello, cuando la persona deja de esperar que otros hagan lo que ella tiene que hacer y comienza a tomar las actitudes correctas, usando su fe, entiende que la solución no está en pelear, discutir, gritar, llorar, o humillarse delante de las personas, sino ante Dios. En palabras del obispo, Él solo espera a que uno use su fe para que se revele y obre en nuestras vidas; entonces, aquello que parecía imposible de resolver, el Espíritu Santo lo transforma.

«Entonces hizo voto y dijo: “Oh Señor de los ejércitos, si te dignas mirar la aflicción de Tu sierva, te acuerdas de mí y no te olvidas de Tu sierva, sino que das un hijo a Tu sierva, yo lo dedicaré al Señor por todos los días de su vida y nunca pasará navaja sobre su cabeza”».(1 Samuel 1:9).

Lo que hace la diferencia en la vida de cualquier persona es tomar actitudes de fe. Sin embargo, el obispo orientaba que uno tiene que preguntarse por qué se quiere lo que se le está pidiendo a Dios, si es para nuestro propio beneficio o para glorificar a Dios, porque no se trata solo de resolver un problema, sino de que nuestra vida Lo glorifique y santifique Su Nombre. Por eso, mientras Ana quiso un hijo para ella, no lo consiguió, pero cuando decidió entregárselo al Señor para que Él fuera glorificado, obtuvo la tranquilidad de que el Altísimo la había escuchado.

Eso es lo que hace la fe inteligente, no permite que uno se quede inmóvil, llorando, sufriendo ante la situación que se esté enfrentando. Por eso Ana hizo un voto con Dios, una alianza, un pacto.

«A partir de aquel momento, la guerra no era más de ella, la guerra era de Dios. El Señor Jesús es conocido como el Señor de los ejércitos. Si usted quiere vencer su guerra, tiene que incluirlo en su vida. Él es quien va a guerrear su lucha, quien le va a dar victoria sobre sus enemigos y quien le va a sacar de esa situación. Ana sabía eso y por eso clamó por el Señor de los ejércitos. Ella decidió dejar de lamentarse y de sentir lástima, ella estaba dispuesta a pelear», explicaba.

Ese deseo de glorificar a Dios hizo que le entregara a su hijo en el voto que hizo en el Altar. Ahí mostró su fe y confianza en el Él, y le dio la certeza que viene de lo Alto.

«“Halle su sierva gracia ante sus ojos”, le dijo ella. Entonces la mujer se puso en camino, comió y ya no estaba triste su semblante.» (1 Samuel 1:18).

Eso es lo que hace un voto en el Altar, pues de estar deprimida, ella pasó a tener buen ánimo ya que sabía que alcanzaría la victoria. Cuando uno usa su fe y le entrega su batalla a Dios, eso brinda seguridad.

El obispo decía que «antes de que Dios curara su útero, curó primero su corazón. Por ello, cuando Ana salió del Altar, en su interior el problema ya estaba resuelto.

Eso es lo que sucede cuando usted le entrega toda su vida a Dios. Cuando le da todo su ser, cuando hace un voto con Él y le dice a Dios: “yo no solo quiero resolver mi problema; ¡no!, yo quiero que Tú seas glorificado en mi vida. Yo quiero que Te vean en mi vida”. Cuando hace eso de todo corazón, en ese momento el Espíritu Santo viene sobre usted y el problema está resuelto. En su interior ya está resuelto. Por eso es que usted se pone alegre.

Usted sale de aquí de la reunión ya feliz. El problema está ahí, pero usted ya está feliz. Y si le preguntan: “¿por qué estás feliz? Tú todavía tienes el problema”.  Usted dirá: “No, el problema no está en mí. Está afuera de mí. Porque en mi interior, el problema ya se resolvió”. Eso es fe. La fe es la que produce dentro de nosotros esa certeza y es por eso que la vida de la persona cambia», finalizó.

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