La fe no envejece

La fe no envejece

Por Departamento Web 2

Dios solo le pide una cosa para transformar y bendecir su vida: obediencia incondicional a Su Palabra. «Sus promesas solo se cumplen en la vida de los que toman la decisión de obedecer», dijo el obispo Franklin Sanches durante el Santo Culto del pasado 12 de septiembre. Además, continuó explicando que mientras una persona siga a Jesús a medias, en lo que le conviene, no podrá ver esas promesas realizarse. Tampoco podrá obtener la salvación, pues ella viene de la fe obediente.

Por ejemplo, «los padres se esfuerzan y trabajan para dar lo mejor a sus hijos. Tratan de orientarlos y guiarlos sobre lo que está bien y mal. Pero cuando el hijo no quiere escuchar y obedecer, va a sufrir las consecuencias, esto no es culpa del padre», comentó.

Lo mismo pasa con Dios. Él nos dio Su Palabra, quienes no quieran obedecerla van a sufrir las consecuencias. «Dios no le está castigando. Es fácil culpar a otros de los fracasos, hasta a Dios, pero es uno quien no asume que no está haciendo las cosas como Dios manda, sino a su manera». Él no obrará en su vida si no lo ve queriendo hacer las cosas bien. Pues los humanos tenemos errores, pero Dios ve cuando nos esforzamos por obedecerlo.

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Cuando una persona obedece, Dios cumple, no importa el tiempo.

«Los descendientes de Judá se acercaron a Josué en Guilgal. El quenizita Caleb hijo de Jefone le pidió a Josué: Acuérdate de lo que el Señor le dijo a Moisés, hombre de Dios, respecto a ti y a mí en Cades Barnea. Yo tenía cuarenta años cuando Moisés, siervo del Señor, me envió desde Cades Barnea para explorar el país, y con toda franqueza le informé de lo que vi. Mis compañeros de viaje, por el contrario, desanimaron a la gente y le infundieron temor. Pero yo me mantuve fiel al Señor mi Dios. Ese mismo día Moisés me hizo este juramento: “La tierra que toquen tus pies será herencia tuya y de tus descendientes para siempre, porque fuiste fiel al Señor mi Dios”. Ya han pasado cuarenta y cinco años desde que el Señor hizo la promesa por medio de Moisés, mientras Israel peregrinaba por el desierto; aquí estoy este día con mis ochenta y cinco años: ¡el Señor me ha mantenido con vida! Y todavía mantengo la misma fortaleza que tenía el día en que Moisés me envió. Para la batalla tengo las mismas energías que tenía entonces» (Josué 14:6-11).

Ya habían pasado 45 años de la promesa de Dios a Caleb. Él ahora tenía 85, sin embargo, continuaba con la misma fuerza y fe. Si pasó tanto tiempo ¿por qué Caleb seguía con la misma fortaleza? Porque obedeció al Señor. No dejó que las circunstancias, las influencias ni nada lo desviara. La fuerza estaba dentro de él, pues su cuerpo envejeció, pero no su alma ni su fe. 

«Cuando uno anda en obediencia tiene la fortaleza del Espíritu Santo. Él da fuerza para que podamos ver cada promesa de Dios cumplirse en nuestra vida», explicó el obispo Franklin.

«Al no haber obediencia surge la duda, el desánimo, uno está decaído; la desobediencia no le deja afirmarse en la fe… entonces se resigna a vivir en el fracaso y la miseria», continuó. Caleb tuvo la certeza de que Dios obraría en su vida por causa de su fidelidad. Si usted no quiere morir sin verlo a Él manifestándose en su vida, tiene que sacrificar, obedecer, bautizarse, ser honesto.

«La desobediencia envejece a muchas personas, pierden energías y quieren desistir debido a que el Espíritu Santo no habita en ellas. Y no lo tienen porque no han obedecido», dijo el obispo.

«Dame, pues, la región montañosa que el Señor me prometió en esa ocasión. Desde ese día, tú bien sabes que los anaquitas habitan allí, y que sus ciudades son enormes y fortificadas. Sin embargo, con la ayuda del Señor los expulsaré de ese territorio, tal como él ha prometido» (Josué 14:12).

La Biblia dice que Caleb pidió la región montañosa, en donde habitaban los anaquitas, el pueblo de los gigantes. Sabía que las ciudades estaban fortificadas, pero eso no lo desanimó. Usted no puede permitirse desanimar ante los problemas por más gigantes que sean. Sea obediente, llénese del Espíritu Santo y su fe no envejecerá, nada ni nadie lo detendrá.

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