Una lección valiosa que podemos aprender con la ofrenda de la viuda

Ella dejó un ejemplo de fe para todos los que desean presentarse para Dios

Una mujer sufrida

En esa época, cuando el marido fallecía, la viuda no podía heredar los bienes de él. Es cruel imaginar que los doctores de la ley tomaran la casa donde ella vivía, a causa de eso.

Eso nos hace pensar también que aquella mujer no tenía hijos. Pues ellos podrían recibir la herencia. O, tal vez, ella no tenía contacto con ellos por algún motivo.

Es probable, consecuentemente, que las dos moneditas hayan sido reservas que ella guardó después de que sucediera el fallecimiento de su esposo.

Tal vez, ella no tuvo un cuñado que pudiera o quisiera desposarla, como la ley judía lo permitía (Deuteronomio 25:5).

La verdad es que ella estaba completamente desamparada y sola.

La verdadera ofrenda

No obstante, así como María de Betania derramó sin reservas el perfume de nardo en el Señor Jesús, aquella mujer entregó todo lo que tenía —como Cristo señaló. Fue un acto de fe. Ella demostró que estaba en la dependencia completa de Dios.

“Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía” (Lucas 21:1-4).

El obispo Edir Macedo señala: “Su ofrenda demostró la calidad de su fe, que en realidad fue un sacrificio. Al final, a pesar del minúsculo valor monetario, ella se colocó en la total dependencia de Dios, pues todo lo que poseía se lo entregó al Señor (2 Corintios 8:12). Con el ejemplo de esa viuda, el Mesías resaltó que no somos evaluados por la cantidad de obras, sino por la calidad de ellas. Esto es, la proporción de lo que le ofrecemos a Dios es la medida por la cual reservamos para nosotros en comparación a lo que le entregamos a Él.

Igualmente, hoy en día, Dios observa lo que hay en el corazón de los que se presentan ante Él.

Iscariote: el ejemplo opuesto

Es interesante notar que la actitud de esa viuda contrastó con la de Judas Iscariote.

Porque, durante 3 años, él convivió con el propio Dios encarnado. Oyó las enseñanzas de fe provenientes directamente del Altísimo. Y aun así endureció su corazón de tal modo que las palabras no se enraizaron.

En contraste con aquella mujer que sacrificó para el Santísimo, no lo que sobró, sino de lo mejor que podía, Judas decidió negar la fe en Cristo e incluso quiso sacar alguna ventaja, entregándolo para ser asesinado por 30 monedas de plata (Mateo 26:15).

El fin que Judas tuvo fue miserable. Pues, aun teniendo diversas oportunidades de arrepentirse, él insistió en el error. Como la Biblia señala: mejor sería si él no hubiera nacido (Mateo 26:24).