“Tomé cuchillo, lo escondí en mi ropa y entré a la recámara decidido a matarla”
“Por el mal trato que recibía por parte de mi padre, mi mamá se separó de él, abandonándonos a mis hermanos y a mí. Su ausencia me afectó porque veía que mis amigos tenían a sus padres juntos y yo estaba solo.
Me prometí que, al crecer, mi vida sería distinta. No obstante, tomé el mal camino: adquirí vicios y me convertí en alguien que no quería. Me hice adicto a la cocaína, inhalaba pegamento, fumaba, consumía bebidas embriagantes…
Me casé, pero mis conductas afectaron la relación, pues al igual que mi padre, golpeaba a mi esposa y ambos fuimos infieles. Al saberme engañado, le guardé rencor. Ya separados, una vez que visité a mis hijos, agarré un cuchillo, lo escondí en mi ropa y entré a la recámara decidido a matarla, pero algo dentro de mí gritó: ‘¡no lo hagas!’.
En el instante me arrepentí y lloré mucho, ella pensó que mi llanto se debía a la ruptura, nunca imaginó lo que estuve a punto de hacer.
Años más tarde, mi mamá se acercó a mí, su carácter era dulce y comprensivo, ya había tenido un encuentro con Dios y transmitía paz.
Un día me invitó a la Universal, en un principio me rehusé a ir; sin embargo, me di la oportunidad de asistir. Fue una grata sorpresa acudir, pues durante la reunión sentí que me quitaron una carga, me sentí aliviado y eso me hizo volver.
Aprendí a usar mi fe, me liberé de los vicios y de todo el dolor que había en mi interior. Me volví de un carácter noble, siempre dispuesto a agradar a Dios. Cuando menos lo imaginé, conocí a quien hoy es mi esposa, una mujer que me ama y me respeta.
Cada área de mi vida es bendecida, solo con el Señor pude ser el hombre en el que anhelaba convertirme”, Alberto Méndez.
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