¿Todos somos iguales?

¿Todos somos iguales?

Por Departamento Web

Ante la ley, sí, pero en la práctica no es así. El trato desigual sucede todo el tiempo.

¿Usted ya entró a una tienda y la vendedora le menospreció debido a su apariencia?

¿Ya ocurrió que alguien le ve de pies a cabeza para después felicitarle?

¿O aquella situación en la que usted se da cuenta de que está siendo ignorada? Y usted espera, espera…

Ante la ley, “todos somos iguales”, pero en la práctica no es así.

El trato desigual sucede todo el tiempo. La consideración y muchas veces el respeto dependen de la posición que usted ocupa, del transporte que usa, de los amigos que tiene. Vemos eso hoy tan acentuadamente, sin embargo, eso ya existía en el pasado. ¿Viajamos a Jericó y conocemos a alguien que sufrió eso en carne propia?

Era un día precioso en el que los discípulos disfrutarían de la compañía del Señor Jesús. La calle rumbo a Jericó era larga y polvorienta. A grandes pasos, también seguía junto a ellos una multitud.

Bajo la sombra de un árbol estaba Bartimeo, un ciego y mendigo. Su único bien era una capa vieja y sucia. Él la extendía para limosnear y también para protegerse del frío y del sol (Marcos 10:46-52).

Durante años y años se sentía ignorado, incluso muchas veces invisible.

Al oír el ruido de la multitud, rápidamente preguntó qué estaba sucediendo.

Le respondieron que era Jesús que venía en el camino, entonces su memoria se despertó. Él conocía bien la genealogía y sabía que allí venía el Mesías, del linaje de David.

El Único capaz de sacarlo de la humillación de vivir en las calles. El Único capaz de hacerlo “volver a ver”, olvidar el pasado y construir una familia sin las marcas de la tragedia.

Empezó a gritarle al Señor Jesús e imploró compasión.

Tanto de las personas como de los más allegados al Señor Jesús solo provinieron reprensiones: ¡Cállate la boca! ¡No molestes al Maestro! ¿Quién te crees que eres?

Menos mal que el Señor Jesús es muy diferente de los hombres. Él se detuvo y mandó llamarlo. Imagine el semblante de sus frenadores.

Recibir esa atención le hizo tanto bien que inmediatamente sus piernas saltaron del suelo, su capa voló hacia lo alto. En cuestión de segundos él era el centro de atención en medio de la multitud. Qué poder tiene una palabra: para la vida o para la muerte; anima o derriba; hace sonreír o hace llorar…

La luz, los colores, la belleza volvieron a sus ojos por las manos de Aquel que siempre consideró igual a todos. E imitarlo tiene que ser nuestro principio de vida.

Cuando leí, estuve pensando: el trato que tales hombres le dieron a Bartimeo, ¿se lo darían a los religiosos “más importantes”? ¿Reprenderían a Nicodemo al buscar al Señor Jesús en la noche y escondido de todos? Tratar bien a algunos y desconsiderar a otros es típico de quien tiene el espíritu de este mundo.

Ya vimos que se vuelve noticia que una celebridad se detuvo para conversar con una persona simple, o al presidente que saludó al barrendero, etc., como si ellos estuvieran haciendo algo sobrenatural.

Ser educado es lo mínimo que se puede esperar de alguien. No obstante, de los que son de Dios se espera mucho más. Amar a nuestros enemigos; hablar bien de los que hablan mal de ustedes; hacer el bien a quienes les odian y orar por los que los maltratan y persiguen (Mateo 5:44).

¿Usted ya estuvo en una situación en la que se sintió despreciada? ¿Conoce personas que parecen tener un don para despreciarle?

Por Núbia Siqueira

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