No aceptar el problema es el primer paso para vencerlo
¿Cuál es la diferencia entre los victoriosos y los derrotados, entre los que conquistan y los que siguen viviendo una vida atada? La razón está exactamente en el hecho de aceptar, o no, sus problemas. Existen quienes aceptan ser humillados, traicionados, maltratados; otros aceptan enfermedades, un salario vergonzoso, una familia desunida…
Sin embargo, hay quienes no aceptan de ninguna manera este tipo de cosas y están preparados para hacer de todo para cambiar su suerte.
No aceptar un problema es el primer paso para vencerlo. Los que lo aceptan, nunca, jamás lograrán ser victoriosos contra él. Los que no aceptan los problemas son aquellos a quienes llamamos “indignados”. Sin embargo, una vez que me indigno contra el problema y decido no aceptarlo más en mi vida, el segundo paso es imaginar y visualizar el problema resuelto y, claro, buscar una solución para él.
Pero, ¿qué se puede hacer cuando se ha intentado de mil formas resolver ese determinado problema sin resultado alguno? Buscar la ayuda de Dios. Él nunca falló, no falla y nunca fallará. Fue exactamente eso lo que los héroes de la fe hicieron y tú puedes hacer también. ¡No tengas miedo!
Encontraron la salida para sus conflictos
“Mi mayor problema era el alcoholismo. El vicio fue una vía de escape de las complicaciones económicas que enfrentaba en ese momento, ¡estaba endeudado! Además, creía que embriagándome conciliaría mejor el sueño. También, me la pasaba con los amigos y relacionándome con varias mujeres, esto provocó que mi familia y mis hijos ya no me respetaran.
Angustiado y con pensamientos de muerte fue que conocía el Centro de Ayuda Universal. Primero, Dios me liberó de los vicios y eso permitió que recuperara a mi familia. Posteriormente, Él me permitió tener solvencia económica. La paz que hoy tengo se la debo a mi Señor, ¡hoy mi vida es diferente!”.
“Angustia, miedo, insomnio y depresión eran mi pan de cada día. No obstante, mis problemas no se limitaban en lo espiritual, sino también en lo físico, pues estaba mal de salud: los intensos dolores de cabeza no me dejaban llevar una vida normal. Me sentía tan mal que pasaba días sin levantarme de la cama, ¡sólo quería dormir! De hecho, pensaba que morirme sería la solución.
Mi panorama comenzó a cambiar cuando supe que Dios podía cambiar mi situación, eso lo entendí cuando comencé a participar en el Universal. Reconozco que el cambio no fue de un día para otro, pues requirió fe y perseverancia de mi parte, pero puedo decir que lo logré. Actualmente, ya no tengo depresión, tormentos espirituales y mi estado de salud es favorable”.
Tal vez te interese: ¡Permanezca de pie!
comentarios