«Me cortaba esperando calmarme y olvidar la angustia»  

«Me cortaba esperando calmarme y olvidar la angustia»  

Por Departamento Web 2

«La depresión era tan fuerte que yo dejaba de ir a trabajar durante 2 o 3 días y, por eso, me despedían», contó Rosalba Martínez. «No entendía por qué siempre me sentía triste. No había noche en la que no me acostara llorando, diariamente amanecía con la almohada mojada. Tenía a mis padres, a mis hermanas, a mi exnovio…, pero ni así el vacío y la tristeza terminaban. Estudiar tampoco era una motivación para mí, el futuro no era relevante porque no tenía aspiraciones para mi vida». 

Casos como los de ella son muy frecuentes en la actualidad. La Organización Mundial de la Salud estima que 300 millones de personas padecen este problema. Y la razón por la que esto preocupa a los expertos es el alcance destructivo de la depresión. 

Tanto instituciones como expertos han reiterado que dicho trastorno no es una mera tristeza. La experiencia de cada individuo puede ser diferente, pero, en general, suelen sentirse llorosos, irritables y/o cansados. Otros síntomas son la pérdida de interés en las personas y actividades. Incluso algunas no pueden ser productivas en el trabajo, según describe la Colaboración Cochrane, red internacional independiente de investigadores. 

La depresión no ve edad, género ni estatus social. Sin embargo, investigaciones han notado que el blanco principal son las mujeres. 

Existen varios factores que la detonan, como los conflictos familiares. No obstante, un agente que se ha vuelto foco de investigación es el abuso físico y sexual, pues sin importar la edad en que ocurra, esta experiencia indeseable favorece la aparición del trastorno depresivo mayor. Y no solo eso, la Oficina para la Salud de la Mujer, de Estados Unidos, describe que la víctima puede presentar comportamientos autolesivos. 

«Ver a mi papá pegándole a mi mamá no fue lo único que me afectó. Cuando era muy chiquita, 2 personas cercanas me tocaron. Guardé eso durante años, y la ayuda especializada no me pudo sacar de mis problemas. En la adolescencia llegué a usar cutter, navajas y hasta mis uñas para cortarme. Al hacerlo, esperaba olvidar lo que sentía y poder calmarme, pero a final de cuentas no se me olvidaba lo que estaba pasando y solo me quedaba con el dolor físico», contó Rosalba.  

A pesar del trauma y la dificultad para interactuar con hombres, ella tuvo un noviazgo, sin embargo, cuando descubrió que la engañaban, cayó al fondo del pozo: «Fue en este punto que decidí ir a la Universal. Mi familia ya llevaba tiempo invitándome, pues además de todo lo anterior, era agresiva con mis seres queridos, no respetaba a nadie. Busqué a Dios como nunca lo había hecho. Me sentí pequeña ante Él, pero aun así me recibió sin juzgarme y sin ver lo que había hecho en etapas anteriores. 

Al ir aprendiendo de la Palabra de Dios, entendí que necesitaba estar en buenos términos con los demás, así que perdoné y le pedí perdón a mi exnovio. También perseveré usando mi fe para vencer la depresión. Y cuando entendí el valor de tener el Espíritu Santo, la presencia del propio Dios en mi ser, me concentré en buscarlo. El Señor me confió este tesoro, en verdad que no hay nada más valioso. Desde que Él habita en mí, dejé de ser la misma. Ya no lloro, ya no tengo tristeza, ni siquiera vivo de mal humor. Dios me ha dado lo que nunca había tenido antes. Hoy estoy en paz con mi familia y estoy bien casada con mi marido, pero nada se compara a Él y no Lo cambiaría por nada», finalizó. 

Hay esperanza

Si has estado triste o tienes depresión, te invitamos a participar en las reuniones del Templo de los Milagros: Av. Revolución núm. 253, en la colonia Tacubaya, CDMX. Por tu fe, es posible superar el mal del siglo.

También puedes consultar el horario de la reunión en la Universal más cercana a tu domicilio.

(*) La asistencia espiritual no sustituye los cuidados médicos. Será el tipo de trastorno, su origen y el modo de ser de la persona los que configurarán la manera de orientar, en cada caso.

  • fatiga
    «Estoy cansadísimo(a)», «no aguanto más», «no doy una»...

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El perdón que cura

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