Hechos de barro
Reconozco que el ser humano es la obra más extraordinaria de la creación visible. Aunque hemos sido dotados de inteligencia, fuerza y belleza, hemos sido hechos de barro. Es decir, todos hemos sido vestidos de fragilidad para que así podamos depender del Creador.
Yo veo esto específicamente en mi vida, porque por más que luche con “uñas y dientes” para lograr hacer todo lo que necesito, muchas cosas se escapan de mi alcance. A cuántas personas no puedo dar la atención que merecen, los abrazos que necesitan, el estímulo que falta…
Por más que hable y haga, dentro de mi pecho siempre queda la sensación de que las palabras y actitudes no fueron suficientes. Por eso, aprendí a recurrir a la confianza que sólo el Espíritu Santo opera eficazmente incluso en lo que no se ha dicho y no se ha hecho.
Son muchas las situaciones que cooperan para que vengamos a reconocer la fragilidad de la vida, como ejemplo:
* Problemas que desafían nuestras fuerzas y, aún luchando, la solución está más allá de nuestra capacidad de solucionarlos. Entonces necesitamos orar, confiar y esperar por el socorro de lo Alto.
* La prisa y el deseo de trabajar noche y día sin parar, muchas veces, son detenidos por el cuerpo que grita: “¡Calma, no puede ser así!” Y ahí basta un agotamiento para que el cabello se caiga, salgan eccemas en la piel, la memoria nos juega malas pasadas. Basta una noche mal dormida para tener un terrible dolor de cabeza; una oscilación brusca en la temperatura para la gripe aparecer. Basta unos días sin moverse para que las articulaciones empiecen a crujir como si fuesen a oxidarse, jeje.
Todas estas limitaciones nos mueven a suspirar por la Salvación, por el cielo y por el nuevo cuerpo, igual al del Señor Jesús. Allí, lo vamos a contemplar y lo serviremos por toda la eternidad y sin pausa; sin cansancio físico; sin adversidades; sin tristezas…
Sólo logran ver de esa manera aquellos que viven en la perspectiva de Dios, porque perciben que, aunque estemos tejidos en debilidades, hay un propósito grandioso de Él, para Su obra.
Reconocer nuestra condición de fragilidad aleja la arrogancia y el orgullo y eleva columnas que nos sostienen para la eternidad, como la humildad, la bondad, la sencillez, la comprensión, la misericordia…
Cuando me pongo bajo la potente Mano de Dios, Él viene y completa lo que falta en mí.
Y cuando entra con Su parte, todo se vuelve perfecto, ligero y permanente.
Siendo así, no me atrevo a caminar dependiendo de la fuerza de mi brazo, sino mis debilidades y limitaciones serán cada vez más visibles y me impedirán proseguir y crecer para la excelencia de la fe y para la máxima confianza en el Espíritu Santo.
Estamos hechos de barro, pero podemos tener el alto privilegio de albergar dentro de nosotros el Espíritu infinito del Dios Altísimo, y eso es demasiado honor para un ser tan pequeñito como el hombre.
Extraído del blog de Cristiane Cardoso
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