El antídoto para el orgullo
Tal como orientó el Señor Jesús que Sus siervos deberían actuar
El orgullo hace que la persona sienta un exceso de satisfacción por sus logros y por la propia capacidad. Sin darse cuenta, ella considera que necesita ser recompensada por sus hechos.
Así pues, sabiendo cuánto este mal escurridizo destruye espiritualmente, el Señor Jesús nos da el antídoto para vencer el orgullo. La explicación fue dada cuando el Maestro contó la parábola con respecto a un siervo que, aun tras cumplir su servicio con esfuerzo, no debía esperar recompensa por eso.
Siervos inútiles
La preocupación del Maestro era que sus discípulos no se comportaran como los religiosos que, solo por juzgarse cumplidores fieles de la Ley, exigían la gloria para sí mismos.
El obispo Edir Macedo explica que Dios conoce el deseo que todo ser humano tiene por el reconocimiento de sus actos, pero nunca debemos olvidar que nuestra “bondad” no deja a Dios en deuda con nosotros. Por el contrario, “somos honrados a causa de Su bondad y de Su placer, y no porque merecemos algo de Él”, resalta.
Por esa razón, el Señor Jesús orienta que tengamos la conciencia de que cuando hacemos nuestra obligación, debemos considerarnos como siervos inútiles:
“Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17:10).
“Aunque un siervo obedezca los Mandamientos, ore, ayune, perdone a quien ofendió, evangelice y haga todo lo demás que le sea exigido, aun así comete fallas. Debemos estar atentos a servir al Salvador con todas nuestras fuerzas, no para tener mérito, mucho menos para recibir Su retribución, sino por fidelidad y amor a Él. Todo lo que Dios nos concede es un favor inmerecido”, concluyó el obispo Macedo.
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