Dos tipos de fe
“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que HA SIDO TENTADO EN TODO como nosotros, pero sin pecado.” Hebreos 4:15
Cuando se habla de los dos tipos de fe, una que conquista y la otra que guarda nuestra Salvación, estamos hablando de la fe asociada a la inteligencia. Esta Fe Inteligente es, sin lugar a dudas, una de las mayores revelaciones dadas a la Universal y al Cristianismo en general, en estos últimos años.
Pensando en ella y en los dos tipos de fe que la inteligencia espiritual genera dentro de nosotros, me acordé del Señor Jesús y de los momentos en los que Él manifestó estos dos tipos de fe.
Cuando se habla de la fe que conquista, hay 35 milagros extraordinarios, registrados en los evangelios, realizados por la fe conquistadora del Señor Jesús. Dicho sea de paso, Él realizó muchos más milagros que no fueron registrados:
“Y hay también muchas otras cosas que Jesús hizo, QUE SI SE ESCRIBIERAN EN DETALLE, PIENSO QUE NI AUN EL MUNDO MISMO PODRÍA CONTENER LOS LIBROS QUE SE ESCRIBIRÍA. Amén.” Juan 21:25
Sin embargo, el mismo Señor Jesús, que conquistaba poderosamente, tuvo que defender Su comunión con el Padre, lo que Le garantizaba el derecho de volver al trono que en otro tiempo había ocupado. Sí, eso mismo, Jesús necesitaba defenderse de los diversos ataques del diablo, del mundo y de Su propia carne. ¡Él corría el riesgo de fallar en Su misión! Aquí hay algunos ejemplos de momentos en los que Él usó la Fe que protege nuestra comunión con Dios:
• Por hambre o necesidad física, nuestro Señor fue tentado o atacado en el desierto. Solo imagínese a un ser humano sin alimentarse por nada más y nada menos que 40 días. En Mateo 4:2, leemos que “tuvo hambre”. El diablo no perdió tiempo y Lo atacó, intentando inducirlo a hacer su voluntad, pero fue vencido al oír las palabras generadas por la Fe que guarda nuestra Salvación:
No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda la palabra que sale de la boca de Dios. Mateo 4:4
• Por los elogios que fueron constantes, nuestro Señor fue tentado a ensoberbecerse y recibir para Sí la alabanza que debería ser para Dios, el Padre. Me viene a la memoria el pasaje en el que un cierto príncipe Lo llamó “Buen Maestro”, lo que para nosotros no es nada extraño, pues Jesús es el Buen Maestro. Pero, en la condición de Siervo de Su Padre, ese elogio hubiera sido nocivo para Su comunión con el Padre. Tenía que ser 100% para el Padre y 0% para el Hijo que Se había convertido en Siervo. Él no dudó, y respondió:
“¿Por qué Me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo Uno, Dios.” Lucas 18:19
Así, Él Se mantuvo humilde y vacío de Sí mismo, para ser lleno del Espíritu del Padre.
• Por la injusticia, nuestro Señor fue atacado agresivamente. Él estaba por ser arrestado por los oficiales de Caifás, y era consciente de todo el sufrimiento que se iniciaría con Su prisión. Jesús llegó a confesar:
“Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte.” Mateo 26:38
Quien ya fue víctima de injusticia, conoce bien la desesperación y la aflicción que ataca el corazón. En el versículo 41, Él admite: “… pero la carne es débil”. ¡Qué guerra fue aquella!
En Lucas 22:44, encontramos el grado más alto de Su sufrimiento:
Y estando en agonía, oraba con mucho fervor; y Su sudor se convirtió en grandes gotas de sangre, que corrían hasta el suelo.
Tres veces, Él oró diciendo: “Padre Mío, si es posible, que pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, SINO COMO TÚ QUIERAS.”
Él venció una vez más, cuando dijo: ¡SINO COMO TÚ QUIERAS!
No fue fácil, pero Él decidió hacer la voluntad del Padre, y fue entonces que Él venció.
¡Aquí están tan solo tres momentos en los que nuestro Señor Jesús usa, con eficacia, la Fe que defiende y mantiene nuestra relación con Dios, y consecuentemente nuestra Salvación!
Vamos a seguir Su glorioso ejemplo, pues nuestra vida aquí en este mundo es una guerra constante, y de ella saldremos derrotados o vencedores. Las conquistas se convierten en lazos de muerte, si no sabemos defender lo más importante que existe: ¡la Salvación!
¡Que Dios nos ayude!
Colaboró: Obispo Randal Brito
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