Dios y el dinero

Desde pequeños, los niños son incentivados en la escuela para demostrarles su cariño a sus madres. Pero, como no poseen recursos económicos por sí mismos, normalmente la poca habilidad manual es puesta a prueba para producir un dibujo como regalo. Aunque el niño no domine tu trazado y no tenga nociones de la proporción, perspectiva y combinación de colores, este atiende con alegría el pedido de su profesora.

Con formación como maestra, tuve la experiencia de ver a los pequeñitos inclinados hacia sus mesas durante horas, e incluso días, para transformar su amor en algo palpable para dárselas a sus heroínas. Ellos dibujaban casas, carros, vestidos y aquello que en el día a día veían como necesidad o sueño de sus familias.

Normalmente, en el día de la entrega, vemos a mujeres llenas de lágrimas agarrando una simple hoja de papel. Y ¿sabe por qué eso sucede? Ellas logran ver en aquel gesto la expresión del afecto sincero de sus hijos. Aunque aquel objeto no tenga valor económico, este logra representar fuertemente la relación del hijo con su madre.

Esto también se asemeja a las ofrendas y a los diezmos que Dios nos pide. El Todopoderoso no mira el valor monetario de lo que le ofrecemos, sino el hecho de que lo colocamos como el Primero en nuestras vidas. Por medio de los diezmos y las ofrendas, la fe de cada uno se vuelve visible, pues nada pone a prueba más al hombre que tocar su billetera. No son pocos los que se apegan a sus recursos financieros y retienen lo que le pertenece al Señor teniendo la sensación ilusoria de seguridad. Con esta actitud, ellos dejan evidente su naturaleza incrédula y mezquina, pues no priorizan la Voluntad de Dios.

Pero yo pregunto: siendo el SEÑOR riquísimo y Dueño de todo, ¿por qué Él necesitaría de nuestros diezmos y nuestras ofrendas? ¿Él sobreviviría o progresaría con lo que Le damos? No, ¡absolutamente!

“Del Señor es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Salmos 24:1).

Su pedido sirve para diferenciar de forma práctica y clara a aquellos que creen en Él de los que no creen.

Pues al final, delante de Su grandeza, lo que traemos en nuestras manos es minúsculo, y solo tenemos alguna cosa porque primero Él Mismo nos lo dio.

La cantidad que ponemos en el Altar es semejante al simple “dibujo infantil en la hoja de papel”. Aparentemente, un regalo pequeño, pero trae en sí el más profundo significado, pues expresa literalmente nuestra fidelidad a Aquel que dejó la Enseñanza. Además de eso, prueba que creemos y confiamos en la capacidad Divina de proveer y celar por nuestra vida. Por medio de esa demostración tangible de fe, el hombre posibilita que Dios evangelice al mundo, manifestándose poderosamente para suplir todas las necesidades de Sus hijos.

Núbia Siqueira