«Deseaba vengarme de mi mamá por su abandono»  

Esta es la historia de Nayeli Gachuz Rodríguez, quien al sentirse abandonada por su mamá se generó en su interior un deseo de venganza es un sentimiento: «En mi interior se generó un sentimiento en contra de mi mamá, porque de niña pocas veces la vi, prácticamente me criaron mis abuelitos. Ya en la adolescencia, empezaba a decirme que me vistiera bien, que no anduviera con la ropa rasgada: pero yo no le obedecía, para mí era como estarme vengando, por ello hasta sacaba malas calificaciones solo para tener la satisfacción de verla molesta, pensaba: “si de chiquita no le importé, si ella no hizo nada por mí, por qué he de obedecerla cuando me regañaba por la escuela”. 

Incluso me desquitaba con sus parejas siendo grosera, aunque a ella nunca le dije nada, jamás le respondí ni le falté al respeto directamente. No obstante, mi abuelo decía que, así como ella se había portado mal como hija, lo iba a pagar conmigo. A pesar de toda esa situación, añoraba tener una familia feliz, pero creía que mi vida siempre sería así». 

Al igual que con Nayeli, muchas personas al pasar por una injusticia empiezan a desarrollar en su interior un sentimiento de resentimiento y con él, el deseo de venganza en contra de aquel o aquellos que le hicieron daño, pues se piensa que también deben sufrir. 

Al respecto, el Obispo Edir Macedo, señala que muchas personas no creen tener ese sentimiento en su interior, pero el hecho de querer tomar represalias ya es un tipo de venganza, y, si bien ese sentimiento es fuerte: «perdonar es una elección y que no tiene nada que ver con el corazón. Por eso, me atrevo a decir que perdonar es fácil, y que es perfectamente posible superar el resentimiento y seguir adelante con la vida incluso ante la peor injusticia», y eso fue lo que experimentó Nayeli. 

«Llegué a Universal porque vimos los programas en la tele, mi mamá fue primero para ver cómo era y después me llevó a mí. Al acudir me gustó, se respiraba otro ambiente y sentía mucha paz, aun así, por la decidía mi transformación tardo bastante, hasta que mi mamá enfermó. Yo solo tenía 16 años cuando le dio miomatosis ovárica, le daban muchos sangrados y por eso le tuvieron que quitar la matriz. Fue en ese momento que tomé las cosas en serio con Dios porque tenía que hacerme responsable de mi mamá, tuve que madurar de golpe, solo éramos ella, Dios y yo.  

Ahí aprendí a valorar una vida con Dios y, de hecho, Él permite que pasemos por cosas difíciles para que nos acerquemos y sepamos que solo el Señor nos puede ayudar. Entonces todo lo que antes yo escuchaba, de Su Palabra y de las orientaciones que nos daban y no le prestaba atención, ahora venían a mi mente: “Ten fe, Dios está contigo”, Él me enseñó cómo no sentir miedo ante toda esa situación y me dio seguridad. 

Además, cuando Dios está con nosotros nos hace ver nuestros errores. Mi mamá me pidió disculpas y dijo que ahora entendía que nunca me dio la importancia que tenía en su vida y que, de hecho, si yo no hubiera estado con ella no sabe qué habría hecho. Por mi parte, el deseo de venganza se me quitó cuando me dijo: “te agradezco que no me hayas dejado sola, discúlpame porque nunca te valoré, siempre te puse después de un hombre y ahora me arrepiento”, Dios me limpió de ese sentimiento, del rencor, me enseñó a amar y Su Espíritu se volvió mi refugio, pues en los momentos de angustia jamás me va a dejar. Hoy somos amigas y compañeras, ahora sabemos que nos tenemos una a la otra para darnos un consejo pues nos tenemos cariño y confianza.» -Nayeli Gachuz Rodríguez