¿Vale la pena vencer a cualquier precio?

Ser competitivo para lograr tus objetivos no significa que es necesario pensar solo en ti mismo

En tiempos difíciles, un hombre hace mucho para su propia supervivencia y la de sus seres queridos. Sin embargo, hay una línea muy fina que separa el interés de alguien del derecho de su semejante. La competitividad es algo bueno cuando se hace bien, pero el sentimiento de querer ganar a cualquier costo no lo es.

Es posible que conozcas a alguien en el trabajo, por ejemplo, que incluso tiene capacidad para liderar, pero tiene un ego tan grande que hace todo lo posible para engañar a su compañero que llama la atención por su buen desempeño, recurriendo muchas veces a artificios terribles, como menospreciar su trabajo.

Un hombre así necesita autoafirmación y parece tener carencia de ser idolatrado por los demás para sentirse bien. Incluso puede tener una buena posición jerárquica, pero recurre a la fórmula que termina en fracaso: pone el ego al frente de su trabajo. No es raro que personas así caigan vergonzosamente, ya que la verdad siempre aparece, incluso cuando intentan manipularla.

Lamentablemente, lo que se mencionó anteriormente no sucede solo en el trabajo, sino en cualquier grupo social, como una familia, un club e incluso una iglesia, por ejemplo. Muchos se equivocan al poner su ego hasta por delante de Dios, incluso en Su casa.

Sin embargo, si ese mismo hombre usa esa energía, no para la competitividad (positiva o negativa), sino a favor de la solidaridad, para ayudar al prójimo, los resultados serán diferentes.

Ahí es donde entra el verdadero líder. Si en tiempos difíciles la tentación de competir termina cruzando la línea; por otro lado, la solidaridad se vuelve aún más necesaria.

El mundo pasa, en esta época en que el Fin de los Tiempos está tan cerca, conforme lo muestran las señales recientes, por una gran carencia de verdaderos líderes en todas las áreas. Hay muchos casos en que los se comete el error de anhelar solo el poder –nuevamente el ego quedando al frente del interés por la colectividad. Esto sucede precisamente cuando todos necesitan más de personas que sepan enfrentar los desafíos.

No se puede sacrificar el bien de todos para satisfacer solo la voluntad que alguien tiene para estar en una posición de poder. Además de eso, un hombre que idolatra su ego no pasa de un juguete en las manos del diablo. Él deja a un lado la presencia de Dios y el amor al prójimo para ponerse por encima de los dos, dando la excusa de que sus actitudes son para mantener su posición. Ese ejemplo, lamentablemente, es muy real.

El propio Señor Jesús, durante Su ministerio, usó su poder para levantar a los débiles, curar a los enfermos, darles esperanza a los menospreciados y multiplicar el amor de Dios entre los seres humanos. Satanás, a su vez, continúa usando y abusando de las personas —incluso las egocéntricas— para propagar conflictos y ponerlas unas en contra de las otras, convirtiendo al mundo en un lugar cada vez peor.