¿Te entristece estar en el anonimato?

¿Te entristece estar en el anonimato?

Por Departamento Web 2

Conoce lo que realmente le importa a Dios y lo que espera de aquellos que quieren agradarle

¿Alguna vez has notado que todo lo que nuestros ojos ven y admiran existe debido a acciones que ni imaginamos o ni siquiera valoramos? Piensa en las flores. Ellas embellecen el entorno y nos encantan. Sin embargo, su existencia solo es posible, entre muchas cosas, porque un insecto como las abejas transporta el polen de una planta a otra, lo que favorece su florecimiento. Este es solo uno de los muchos ejemplos que podemos citar sobre acciones poco recordadas, pero fundamentales para la ejecución de otras muy visibles y admiradas por todos.

En el servicio ofrecido a Dios también podemos ver esto. En el pasado, la mayoría de las actividades relacionadas con el servicio sagrado eran visibles. La propia vestidura del sacerdote, el acto de dar acceso al Tabernáculo y, posteriormente, entrar en él, recibir a los ofrendantes, inspeccionar las ofrendas, interceder por cada uno de ellos, sacrificar los animales y colocarlos en el Altar del Sacrificio, quitando sus brasas y llevarlas al Altar del Incienso eran visibles. Sin embargo, había un servicio fundamental que se realizaba todas las noches, en lo oculto del Tabernáculo y después en el Templo. Que pasaba desapercibido para los ojos humanos: mantener encendida la luz de la Menorá [un candelabro de siete brazos] noche y día, como se describe en las Sagradas Escrituras: «Manda a los hijos de Israel que te traigan aceite puro de olivas machacadas para el alumbrado, para hacer arder la lámpara continuamente» (Levítico 24:2).

Un trabajo en el anonimato

A pesar de ser simple, este servicio fue de suma importancia y exigía empeño de quienes lo realizaban. Pues, para mantener las lámparas del candelabro encendidas toda la noche, aquellos que lo hacían debían permanecer despiertos. Para que, cuando se acabara el aceite, pudieran reponerlo. No obstante, hay otro detalle: en ese momento no había despertadores. Entonces, la única forma de realizar con precisión este servicio santo era permanecer despierto, de pie y en constante movimiento.

Medita en: Valiente para decir SÍ y NO

Quizás te preguntes cómo le hacían para permanecer así toda la noche. La respuesta es invirtiendo en su relación personal con Dios. A través de la lectura, la meditación, intercediendo por el pueblo del Altísimo, alabando y adorando al Dios vivo.

La alegría del verdadero siervo

Existe un pensamiento erróneo de que los servicios realizados en el anonimato son menos importantes o no merecen cuidados, atención, dedicación y santidad. Como los demás que aparecen a los ojos de todos: participar en programas de televisión y radio, evangelizar, atender a las personas o realizar reuniones, por ejemplo.

Quienes tienen este pensamiento necesitan despertar al hecho de que la realización de todos estos servicios depende de algo que es alcanzado de modo invisible a los ojos de las personas. Todos estos servicios mencionados anteriormente dependen de la Luz [entendimiento, dirección, inspiración, poder y comunión con el Espíritu Santo]. Sin esa Luz, estamos en tinieblas. Y, aunque estemos en la Iglesia, terminamos poniendo en riesgo nuestra Salvación y la de los que nos rodean y comprometiendo la seriedad, disciplina y santidad de la Obra de Dios.

El siervo de Dios no se alegra cuando es visto, reconocido o recibe «grandes» responsabilidades. Su alegría está en el hecho de conocer y servir a Su Señor y poder ser útil en Sus manos, dondequiera que esté. Además, cuando el Señor Jesús relató cómo será el «gran día», también advirtió que muchos relatarán las obras que hicieron en Su Nombre. Pero Él declarará que no los conoce.

En otro pasaje bíblico, cuando los discípulos regresaban felices por haber echado fuera demonios, Jesús les advirtió que se alegraran no por esa actitud, sino por el hecho de que sus nombres están escritos en el Libro de la Vida. Es decir, la mayor alegría de una persona debe estar en el hecho de conocer a Dios y tiene intimidad con Él. Y conocerlo y servirlo es lo que importa, sin importar la posición y el reconocimiento ajeno.

Y porque reconocen esto, estas personas bendicen a su Señor: «He aquí, bendecid al Señor todos los siervos del Señor, los que servís por la noche en la casa del Señor» (Salmo 134:1). Todo lo que hacemos en la Obra de Dios, para Él, es motivo para bendecirnos y nunca, en ningún momento, maldecirnos. No importa si otros te lo agradecen o no, lo reconocen o no. Lo que importa es que lo hicimos por Dios y no para que otros lo vieran y lo reconocieran.

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