Santidad en el Santuario

Santidad en el Santuario

Por Departamento Web 2

El apóstol Pedro nos enseñó lo siguiente: «sino que así como Aquel que los llamó es Santo, así también sean ustedes santos en toda su manera de vivir.» (1 Pedro 1:15).

Pero ¿qué es ser santo? Es ser separado del mundo. Como seres humanos, no podemos ser perfectos, pero podemos ser santos para Dios, es decir, separarnos de todo lo que va en contra de Su Palabra.

Él nos pide ser santos porque Él no solamente quiere estar cerca de nosotros, sino que quiere habitar en cada persona para cumplir Sus propósitos en cada vida. Al vivir en obediencia a lo que dice Su Palabra, nos volvemos el santuario de Dios, un lugar que el Señor puede habitar.

El problema es que esto no sucede con todos porque muchos no tienen noción de lo que es santo y sagrado, y por eso contaminan sus vidas en lugar de volverse templos vivos del Altísimo.

Y mientras una persona no tenga reverencia a Dios y Su Palabra, estará profanando el templo de Dios. Y esa es la raíz de todas las desgracias del ser humano, pues la falta de la presencia del Señor ocasiona la desgracia y ruina de un individuo:

«Y en el tiempo de su angustia este rey Acaz fue aún más infiel al Señor; sacrificaba a los dioses de Damasco que lo habían derrotado, y decía: Por cuanto los dioses de los reyes de Aram los ayudaron, sacrificaré a ellos para que me ayuden. Pero ellos fueron su ruina y la de todo Israel. Además, cuando Acaz recogió los utensilios de la casa de Dios, hizo pedazos los utensilios de la casa de Dios; cerró las puertas de la casa del Señor e hizo para sí altares en cada rincón de Jerusalén.» (2 crónicas 28:22-23).

Acaz es un claro ejemplo de profanación, pero también de las consecuencias de este acto. Sin embargo, en el siguiente capítulo de esta historia, su hijo, Ezequías, hizo todo lo contrario: trató con reverencia el templo de Dios, y como resultado, hubo bendición.

Dios es Santo, es decir, puro, limpio, sin maldad, sin mentira, sin ningún pecado; por lo tanto, para acercarnos a Él necesitamos, al menos, demostrar sinceridad y el deseo de conocerlo. Cuanto más nos santificamos (nos alejamos de lo que es incorrecto), más nos acercamos a Él y lo agradamos. Así pues, la santidad al Señor es ofrecerle una vida apartada, que no participa en las ideas y prácticas del mundo, es esforzarse por mantenerse lejos del pecado, involucrarse y practicar cada vez más Sus enseñanzas.

Detente un momento ahora y piensa en las cosas que necesitas dejar de hacer y en aquellas que debes empezar a realizar para ofrecerle a Dios esa santidad y reverencia que tanto Le agradan. Esta decisión no depende de terceros, sino de ti. Dios nos dio a todos un poder extraordinario: el libre albedrío, es decir, el poder de elegir hacer lo correcto.

De esto y más hablaremos en el estudio bíblico de este miércoles 4 de septiembre, en la oportunidad explicaremos sobre el Espíritu de Poder, una de las 7 manifestaciones del Espíritu de Dios.

Te esperamos especialmente a las 7 p. m. en el Templo de los Milagros: Av. Revolución # 253, col. Tacubaya. O bien, haz clic en este enlace para conocer la ubicación de la Universal más cercana a tu hogar.

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