Nuestros dolores por la Obra

Nuestros dolores por la Obra

Por Departamento Web

Es imposible que las almas sean salvas si no soportamos los “dolores de parto” por el Reino de Dios

Uno de los mayores deseos de los que un día recibieron la Salvación de parte de Dios es llevar el Mensaje que les proporcionó eso a los demás.

Además de ese deseo natural de compartir la nueva vida que recibió, hay para el cristiano una orden expresa a obedecer, que es presentarles a las personas a su alrededor al Señor Jesús como el Camino, la Verdad y la Vida. La determinación Divina de evangelizar, y así llevarle al mundo la Buenas Nuevas, no le fue confiada a los ángeles, sino a nosotros (Marcos 16:15).

Sin embargo, esta no es una tarea tan simple como parece, pues implica trabajar para el Reino de Dios, y este Reino tiene sus principios. Una de las normas del Altísimo es que todo sea hecho voluntariamente, es decir, sin cargar el peso de la obligación y de la religiosidad. Nuestros actos deben proceder de un corazón que simplemente desea honrarlo por encima de todo.

Otro principio importante es que necesitamos estar dispuestos a pagar el precio que el servicio a Dios exige. Es imposible que las almas sean salvas si no soportamos los “dolores de parto” por el Reino de Dios. A eso le llamamos sacrificio, tan fundamental en la vida de Sus siervos. Esos “dolores” implican súplicas, llanto y ayunos para que los perdidos sean alcanzados, pero también nos impulsan a actuar para llegar hasta ellos, venciendo de esa manera cualquier limitación o barrera. Y, sin en ese camino tenemos que sufrir las pruebas, los desiertos y las injusticias, nada de eso puede ser más grande que nuestro compromiso con el Altar.

Imagine el dolor de una madre que sepulta a su hijo y sabe que no hay más esperanza de tenerlo de nuevo, de oír su voz o de acariciarlo. Un dolor infinitamente más profundo siente Dios al ver a una persona morir sin la Salvación. Él sabe que tendrá que condenarla al infierno para siempre. Yo pienso que todos los días el Señor Jesús gime y sufre por las almas tan preciosas que se pierden sin ninguna esperanza. Y lo peor, son las personas cuyos pecados fueron pagados por Él en la cruz. Pero, lamentablemente, ellas no Lo conocieron. Por eso, los siervos no pueden ser negligentes, pues reposa sobre ellos la responsabilidad de alcanzarlas.

Entonces, que nuestra única inquietud en este mundo sea desperdiciar nuestra vida haciendo un trabajo infructífero para Dios, haciendo que las preocupaciones y aflicciones rodeen nuestros propios deseos y no la voluntad de Él. Existen muchas personas sufriendo en su jornada cristiana, pero porque están en busca de la aprobación humana o de cargos y posiciones destacadas dentro de la Obra. Otras están agobiadas para defender su reputación, su nombre y sus intereses personales.

Para finalizar, observe la declaración de Pablo: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros…” (Gálatas 4:19).

Debido a su misión de salvar, el apóstol se sentía como una mujer en agonía para dar a luz, porque tenía la comprensión de que si ni el propio hijo natural nace sin dolor, ¡imagine un hijo espiritual!

Entonces, que nuestros dolores sean por la causa correcta, para que no sean sufrimientos en vano y sin recompensa delante del Todopoderoso.

Por Núbia Siqueira

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