Mitomanía: la necesidad incontrolable de mentir

Mitomanía: la necesidad incontrolable de mentir

Por Social Media

Se estima que 6 de cada 10 personas mienten al menos una vez en un lapso de 10 minutos de conversación, según un estudio realizado por la Universidad de Massachusetts.

Cuando nos equivocamos sin querer, lo mejor es disculparnos y decidir no volver a cometer la falla. Eso es humano, es aceptable. Sin embargo, cuando alguien se equivoca porque así lo planeó, las cosas se vuelven muy distintas. Y la mentira es una de esas “equivocaciones”. Cuando una persona miente sabe exactamente lo que está haciendo. Es falta de carácter.

Ahora bien, una tendencia más grave es cuando este mal hábito se hace de manera impulsiva, convirtiéndose en una patología llamada mitomanía. Y es que, una persona mitómana siente la necesidad de mentir sin reparar en las consecuencias que esto le puede ocasionar. Como resultado, siempre termina perdiendo la confianza de los demás.

«Una persona con este problema siente que se daña a sí misma cuando no miente. En estos casos se debe tratar de llevarla a analizar la situación que la rodea y así no recurra a fantasías. Por lo regular, los mitómanos se basan en estas últimas con la intención de protegerse de la realidad», explica Hiram Ortega, psiquiatra.

Al leer esta nota, puede ser que te des cuenta de que tus palabras y acciones están manchadas por el engaño e, incluso, esto te haya ocasionado conflictos y deseas cambiar. De ser así, los domingos a las 3 de la tarde se realiza la reunión en contra de los vicios para que, por la fe, recuperes la paz y credibilidad que este comportamiento te había robado.

«Llegué a creer que era verdad el mundo ficticio que inventé»

«Desde pequeña me tocó presenciar conflictos familiares. Eso me afectó emocionalmente, me sentía sola y, con tal de llamar la atención, me volví mitómana. A las personas que me rodeaban les contaba historias falsas sobre mi vida: les decía que teníamos buena relación familiar, posición económica, etc… cuando, en realidad, solo había deudas, enfermedades, pleitos.

En el fondo, no tenía una mala intención, pero terminó volviéndose algo normal, hasta inconscientemente lo hacía. Y es que lo que decía era lo que de verdad anhelaba: un hogar en armonía, viajes, compras, paseos, etc. Llegué a un punto en el que creí que era verdad ese mundo ficticio.

Cuando mi familia y yo llegamos a la Universal, los cambios fueron notorios. Pues a la medida que íbamos a las reuniones, usábamos la fe en los propósitos y poníamos en práctica lo que nos enseñaban, logramos superar las deudas, las enfermedades y los conflictos familiares. Sin embargo, sabía que tenía que cambiar mi manera de comportarme, así que me esforcé en lograrlo.

Busqué con fuerza al Espíritu Santo, le pedí que quitara mi soledad, tristeza y todo sentimiento dañino, y que me ayudara a ser una persona honesta. Así fue. Hoy en día, no necesito mentir para ganarme el cariño, la confianza o la atención de los demás. Me siento muy contenta porque veo el progreso que tuve. ¡De Él proviene mi felicidad!» -Elma Cortés

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