Locuras de la fe
En estos años aprendí cuál es el mayor y eficaz secreto de la fe: el sacrificio. No lo aprendí en la facultad ni en mis primeros años de fe, sino con el desarrollo de la Iglesia Universal, ejercitando la fe inteligente, cayendo, algunas veces, en las trampas de la fe emotiva.
Al Espíritu Santo le pareció bien llevarme a desiertos para enseñarme a diferenciar la fe emotiva de la racional. Las dificultades del desierto nos obligan a usar la inteligencia para sobrevivir. He aprendido que cuanto mayor es el sacrificio, mayor es la conquista. No me acuerdo de haber vencido solo con oración o ayuno. Aunque estos son fundamentales en la relación con Dios, se deben acompañar de actitudes «locas», pero llenas de convicción de Su Espíritu.
«Porque Dios es el que produce en ustedes lo mismo el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Filipenses 2:13).
Muchas veces intenté retroceder, pero no había de otra que ir hacia adelante. Si no hubiera sido por la dirección del Espíritu del Señor, me habría perdido.
El sacrificio fortalece y estimula la valentía de quien sacrifica. En el pasado, antes de salir a la guerra, los sacerdotes de Israel presentaban sacrificios a Dios como gratitud anticipada por la victoria sobre los enemigos. Con la convicción de que el Señor estaba con ellos, los soldados peleaban sin preocuparse de su poderío militar. Los sacrificios eran una señal de la alianza con el Todopoderoso y, por ende, de la certeza de la victoria.
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