La nueva escuela y el desafío para mi fe

Vea una parte más de mis recuerdos

A los 8 años, nos mudamos de ciudad y tuvimos que entrar a una escuela católica, ya que era la única que tenía lugar. Mi madre fue muy enfática con los profesores y coordinadores al respecto de que no tomáramos la clase de «religión», ya que no éramos católicas y todos, aparentemente, nos respetaron por eso. Aun así, tenía que estar presente en esas clases con la monja y el único deber que tenía que hacer era traer mi cuaderno firmado de que había ido a la iglesia el domingo en la mañana.

Lo cual no era un problema, ya que mi familia y yo nunca nos perdemos un domingo por la mañana en la iglesia.

Y, durante un tiempo, fui la alumna ejemplar en aquella clase. Recuerdo que la monja decía que yo era el ejemplo para todos, que a pesar de ser evangélica, nunca dejaba de ir a la iglesia. Ese día, me sentí a gusto y respetada, estuve tan feliz de dar buen testimonio en la escuela, que incluso les conté a todos en casa.

Pero, mi felicidad no tardó mucho… parece que la monja se quiso vengar de mí la siguiente semana, cuando se llevó a toda la clase para tomar la hostia en la capilla. Yo, tímida como siempre, me acerqué a ella y le recordé que yo no era católica, pero, aun así dijo que yo tenía que ir.

Llegando allá, ella puso a todos los alumnos en una fila para entrar, arrodillarse delante de la imagen, sacar la lengua y recibir la hostia de la mano del padre. Yo, nuevamente, me acerqué a ella, recordándole que no podía hacer eso, pues no era católica, pero se enojó conmigo y me forzó a entrar en esa fila. Cuando llegó mi turno, la miré con los ojos llorosos, implorando para que ella no hiciera eso conmigo, pero impuso que me arrodillara y sacara la lengua. Y yo lo hice. Me sentí sucia, idólatra, una traidora de Jesús.

Llegué a casa llorando.                                               

Al día siguiente, mis padres nos sacaron de aquella escuela. La historia continúa…

Por Cristiane Cardoso