Escriba una nueva historia
El último domingo 29 de septiembre, durante el Santo Culto, el obispo Franklin explicó que, muchas veces, las personas solo valoran lo que tienen después de perderlo. Y el Señor Jesús una vez contó una historia que habla exactamente sobre eso.
«Cierto hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos le dijo al padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde. Y él les repartió sus bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntándolo todo, partió a un país lejano, y allí malgastó su hacienda viviendo perdidamente.» (Lucas 15:11-13).
«Cuando son muy jóvenes, hay hijos que quieren salirse de la casa de sus padres porque no quieren que los estén controlando ni vivir bajo disciplina. Algunos creen que, si se van, encontrarán la felicidad. Fue eso lo que aquel hijo pensó, por eso le pidió la parte que le correspondía de la herencia, porque quería vivir a su manera. Sucede que muchos hijos no entienden que dentro de su casa hay reglas», dijo el obispo.
Es lo mismo con Dios. Él nos da Sus reglas para que no suframos. Sin embargo, las personas no lo comprenden y dicen: «No necesito estar en una iglesia para creer en Dios, puedo orar y leer la Biblia en mi casa». Solo que esa supuesta libertad va a traer consecuencias.
Imagine un carbón que es quitado del fuego, ¿qué le sucede? Al quitarlo de las brasas, aún está rojizo y caliente. Así, la persona que se aleja de la iglesia, al principio, parece estar bien. Pero el tiempo pasa y ella va apagándose. Cuando la persona se da cuenta, ya está completamente perdida; con el joven de la historia fue así. «Cuando lo había gastado todo, vino una gran hambre en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se acercó a uno de los ciudadanos de aquel país, y él lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Y deseaba llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.» (Lucas 15:14-16).
Al irse, el hijo se llevó lo que le correspondía y, comparándolo con quienes se apartan del Señor Jesús, ellos toman las bendiciones que Él les concedió: paz, salud, prosperidad, restauración familiar, etc. Solo que eso se acabará y terminarán atormentados. ¿Y será que Dios no puede ayudarles? Él no puede hacer nada, porque ellos salieron de Su amparo.
Si ponemos atención, notamos que Jesús estaba relatándoles esto a judíos. Para ellos, comer cerdo es impuro. ¿Se imagina a ese hijo, siendo judío, trabajar cuidando cerdos y queriendo probar su comida? La persona, cuando se aparta de Jesús, vivirá situaciones que nunca pensó. También hay personas que físicamente no salieron de la iglesia, pero están separadas de Dios, porque permitieron que la malicia y los malos ojos ensuciaran su corazón.
«Entonces, volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos de los trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, pero yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus trabajadores.» (Lucas 15:17-19).
Cuando a ese hijo «le cayó el veinte», decidió volver con su padre, quien tuvo compasión de él. «Eso es lo que Dios siente por las personas. No importa lo que hayan hecho, no las condena, porque sabe cuánto sufren por estar separadas de Su presencia. Él dijo: «Yo no he venido para condenar, sino para salvar”. Muchas veces, además de ser condenado por el diablo, uno se condena a sí mismo. El peso de la culpa le hace pensar que nunca será aceptado de regreso, pero ese pensamiento no viene de Dios», comentó el obispo.
«Levantándose, fue a su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus siervos: Pronto; traigan la mejor ropa y vístanlo; pónganle un anillo en su mano y sandalias en los pies. Traigan el becerro engordado, mátenlo, y comamos y regocijémonos; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.» (Lucas 15:20-24).
Lo primero que Dios hace cuando volvemos a Él es quitarnos la ropa del pecado y ponernos una nueva; lava el pasado, los pecados y errores. Luego, coloca un anillo en la mano, es decir, hace un pacto con la persona y después le da sandalias; antes los esclavos no las usaban, y Él las da simbolizando que uno ya no será esclavo del diablo ni del pecado.
La Biblia explica que después de eso comenzaron a celebrar por el reencuentro. Cuando regresamos con Dios, Él nos da lo mejor que tiene. Tal vez hoy usted está en la miseria, lleno de limitaciones o viviendo un infierno. Pero si en este momento decide volver a su Padre y hacer lo correcto, Él le dará ese becerro engordado, que es una vida plena.
La mayor lucha que enfrentará es en su mente, satanás querrá hacerle pensar que lo que hizo no tiene perdón. No obstante, crea en la misericordia de Dios. El Señor Jesús es quien le llama para restaurar su vida. Entierre su pasado y decida comenzar una nueva historia.
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