En esta batalla no hay tregua

En esta batalla no hay tregua

Por Dep. Web

Durante el Santo Culto del pasado domingo 16 de noviembre, el obispo Franklin Sanches explicó que la mayor guerra no es la que sucede entre países, sino la que se lleva a cabo desde hace siglos, donde nunca hubo paz ni tregua: la guerra por la salvación del alma.

Desde que el hombre pecó, abrió la puerta de su alma, se la «vendió» a satanás y a partir de ese momento el mal gobernó a la humanidad. Pero Dios envió a Su Hijo para salvar almas (aunque Él prospera, sana y bendice a las familias por medio de la fe), Su propósito principal es salvar. El apóstol Pedro habló de esta guerra: «Amados, os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de las pasiones carnales que combaten contra el alma» (1 Pedro 2:11).

Nuestra voluntad vs. la voluntad de Dios

De acuerdo con el obispo, la mayor batalla del Señor Jesús no fue contra el diablo ni contra los que se oponían a Él, sino contra Su propia voluntad, porque Él vino como hombre a la Tierra. Así como Él, «nosotros tenemos una batalla entre nuestra voluntad y la de Dios, porque una es contraria a la otra. Es una batalla difícil, si uno no vigila constantemente, pierde, porque es entre la carne y el espíritu», explicó.

«Entonces Jesús fue con ellos al huerto de olivos llamado Getsemaní y dijo: Siéntense aquí mientras voy allí para orar. Se llevó a Pedro y a los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y comenzó a afligirse y angustiarse. Les dijo: Mi alma está destrozada de tanta tristeza, hasta el punto de la muerte. Quédense aquí y velen conmigo» (Mateo 26:36-38).

Mucha gente interpreta que Jesús no quería morir, pero el motivo de Su agonía no fue ese —porque sabía que había venido para cumplir eso— sino el haber tenido que separarse del Padre, pues cargó con el pecado de la humanidad y este genera separación. «¿Usted se ha sentido solo y sin la ayuda de nadie?», preguntó el obispo. «Imagine: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nunca se habían separado en toda la eternidad, y en ese momento de separación hubo dolor».La Biblia dice que incluso los apóstoles se quedaron dormidos, pues Jesús tenía que pasar por eso solo.

El Getsemaní revela el interior

Un día todos seremos llevados a ese lugar, es decir, pasaremos por una situación en la que nadie estará a nuestro lado para respaldarnos, ayudarnos o defendernos; es ahí donde se revelará quiénes somos en realidad.

«Jesús dijo que Su alma estaba muy triste. Quien es hijo de Dios va a pasar por el Getsemaní y va a enfrentar dolor, va a tener que sacrificar, pero va a permanecer porque el amor que siente por el Padre es superior».

«Y adelantándose un poco, cayó sobre Su rostro, orando y diciendo: Padre Mío, si es posible, que pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú quieras» (Mateo 26:39).

Esa es la actitud de un hijo de Dios; ya no quiere hacer su voluntad, porque esta únicamente lo lleva al sufrimiento. El Getsemaní es eso: hacer la voluntad de Dios aunque duela. Era en ese lugar donde exprimían las aceitunas para obtener el aceite y, de la misma forma, Jesús fue prensado como ningún otro ser humano, y de Él salió el aceite que es el Espíritu Santo.

Nadie escapa del Getsemaní, porque cuanto más prensados somos en nuestra fe, más se revela lo que hay en nuestro interior. Cuando pase por una situación que no comprenda, diga: «Señor, que se haga Tu voluntad». No insista contra la voluntad de Dios, pues Él busca nuestro bien. Cuando aprende a hacerlo, verá la recompensa divina en su vida.

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