El remedio para la amargura

Cuando el alma está triste, ni el mejor maquillaje lo puede ocultar. De acuerdo con las enseñanzas del obispo Franklin Sanches, durante el Santo Culto del domingo 28 de septiembre, todos estamos susceptibles a sufrir tristezas. Entonces, ¿qué hacer para no dejarse llevar por el dolor?
«La ley del Señor es perfecta, que restaura el alma; el testimonio del Señor es seguro, que hace sabio al sencillo. Los preceptos del Señor son rectos, que alegran el corazón; el mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos. El temor del Señor es limpio, que permanece para siempre; los juicios del Señor son verdaderos, todos ellos justos; deseables más que el oro; sí, más que mucho oro fino,
más dulces que la miel y que el destilar del panal.» (Salmo 19:7-10).
La única manera de no dejarse vencer ante las adversidades es aferrarse a la Palabra de Dios. Ella no es un libro común, es la ley del Señor, que es perfecta. Cuando uno sufre una pérdida, escuchar «recibe mis condolencias» o «Dios está contigo», no resuelve el problema. Por eso, en los momentos de aflicción, es necesario cerrar los ojos y decir con sinceridad: «Dios, no tengo a dónde recurrir, estoy desesperado», después abrir la Biblia y alimentarse de ella, pues es un banquete para quien está afligido.
La historia de Ana
Asimismo, la Palabra de Dios registra la historia de Ana, una mujer religiosa que iba todos los años al Tabernáculo con su esposo. Ella era estéril y eso le amargaba el alma, pues antiguamente, si una mujer no podía ser madre, el hombre podía tener otra mujer para engendrar hijos, y fue lo que Elcana, su marido, hizo. Pero él también era religioso y una persona así siempre va a buscar la facilidad; por eso, aunque quería a Ana, se conformó con buscar otra mujer: «Cuando llegaba el día en que Elcana ofrecía sacrificio, daba porciones a Penina su mujer y a todos sus hijos e hijas; pero a Ana le daba una doble porción, pues él amaba a Ana, aunque el Señor no le había dado hijos. Y su rival la provocaba amargamente para irritarla, porque el Señor no le había dado hijos» (1 Samuel 1:4-5).
Ellos creían que Dios la había hecho estéril, pero no. En realidad, ¡el propio Dios fue quien resolvió el problema después! Y es que Ana iba al templo y daba los sacrificios de su marido, pero no hacía nada más ni usaba su fe. No obstante, como lo comentó el obispo Franklin, «cuando Jesús vino, quería liberar a las personas de esa religiosidad. Él hacía milagros, sanaba a las personas y les decía: “tu fe te ha salvado”, porque quería mostrar que la fe de cada persona es la que provoca maravillas».
Una fe activa
Por años, Ana vivió en esa situación sin reaccionar. «Yo creo que Dios nos permite vivir situaciones difíciles para que reaccionemos y tomemos decisiones. Es como colocar un tiburón en la pecera; al principio los peces están tranquilos esperando que los alimenten, pero si no se mueven, ellos se convertirán en alimento». Al igual que ellos, algunos están en la iglesia esperando que el pastor u obispo ore por ellas, pero lo que necesitan es usar su propia fe, el arma más poderosa».
«Y su rival la provocaba amargamente para irritarla, porque el Señor no le había dado hijos. Esto sucedía año tras año; siempre que ella subía a la casa del Señor, la otra la provocaba. Y Ana lloraba y no comía» (1 Samuel 1:6-7).
Era tanta su amargura, que Ana solo lloraba y no comía, pero ¿esto cambió su vida? ¡No! Sin embargo, cuando tomó una decisión las cosas tomaron un rumbo distinto: «Entonces Elcana su marido le dijo: Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué está triste tu corazón? ¿No soy yo para ti mejor que diez hijos? Pero Ana se levantó después de haber comido y bebido en Silo, y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en la silla junto al poste de la puerta del templo del Señor, ella, muy angustiada, oraba al Señor y lloraba amargamente. E hizo voto y dijo: Oh Señor de los ejércitos, si Tú te dignas mirar la aflicción de Tu sierva, te acuerdas de mí y no te olvidas de Tu sierva, sino que das un hijo a Tu sierva, yo lo dedicaré al Señor por todos los días de su vida y nunca pasará navaja sobre su cabeza» (1 Samuel 1:8-11).
Si quería ver un resultado, ella tenía que actuar. Se levantó e hizo un voto con el Señor: «Y a su debido tiempo, después de haber concebido, Ana dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, diciendo: Porque se lo he pedido al Señor» (1 Samuel 1:20).
El único lugar en donde se puede resolver un problema es el Altar, ¡ahí es donde ocurre el cambio de vida! Si como Ana no está dispuesto a permitir que esa situación o dolor continúe, acérquese al Altar. ¡Dios está esperando que dé el primer paso!
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