El pecado de Moisés

El pecado de Moisés

Por Departamento Web

Por Núbia Siqueira

La incredulidad produce un comportamiento tan insolente y atrevido que pone en jaque la fiabilidad en la Palabra Divina

En el desierto de Zin, el pueblo estaba sediento y no había agua para el consumo. Las personas empezaron a reclamar y discutir con Moisés, que le rogó a Dios por una solución. El Señor le ordenó que le hablara a la roca para que de ella saliera el agua que saciaría la sed de todos (Números 20).

Imagínese a un líder que, durante más de tres décadas, guiaba a una multitud de aproximadamente tres millones de personas en el desierto, las cuales, sucesivamente, lo culpaban de cualquier dificultad y frustración. Además de eso, era un momento extremadamente difícil para Moisés, pues él acababa de sepultar a su hermana. Silenciosamente, aquel hombre sufría el dolor de la pérdida de María.

Entonces, durante un instante de descontrol e ira, golpeó la roca dos veces en lugar de hablarle. Esa actitud entristeció en gran manera a Dios, que le impidió entrar a la Tierra Prometida.

Tal vez, usted está pensando que el acto de Moisés no fue tan grande y que, con seguridad, su debilidad debía ser comprendida por Dios, ¿no es así? No, no es verdad. Justamente porque Dios juzga la raíz del pecado y penetra donde los ojos humanos no logran ver y evaluar. Al Altísimo no le importan las justificaciones que da una persona para defender su error, pues Él no es convencido por ninguna excusa usada para la práctica del pecado. Él ve el pecado en usted.

De manera irreflexiva, Moisés desobedeció lo que le fue ordenado hacer. El agua brotó para saciar la sed del pueblo, sin embargo, Dios los reprendió severamente: “Por cuanto no creísteis en Mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (Números 20:12).

Note que el pecado de Moisés no fue carnal, cometido por una debilidad o tentación, sino espiritual. Él desobedeció porque fue incrédulo. Y proviniendo de Moisés, Dios lo consideró un golpe duro, como la traición de un amigo, puesto que Él lo honraba delante de todos y ahora estaba siendo deshonrado delante del propio pueblo. Su Nombre no sería santificado y no recibiría la gloria de vida. Moisés y Aarón pecaron contra Dios y usaron su posición de liderazgo bajo el motivo equivocado (Deuteronomio 32:51).

La incredulidad produce un comportamiento tan insolente y atrevido que pone en jaque la fiabilidad en la Palabra Divina, como si el Todopoderoso no fuera capaz de cumplir lo que promete.

El pecado le costó a Moisés lo que él más deseaba: terminar su misión. Él tuvo el placer, o pesar, de ver la Tierra Prometida de lejos, pero no pudo entrar, a pesar de insistir, y mucho, con el Altísimo. Para un líder como él, no podría haber nada más doloroso.

Ante lo que le sucedió con Moisés, podemos considerar una valiosa lección: cuando más conocemos a Dios y a su Palabra, más temor y recelo debemos tener, pues Él tratará nuestras fallas con criterios justos e individuales, y nadie estará inmune a las consecuencias de las faltas practicadas.

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