El ciervo orgulloso

La fábula rebela cómo ha ocurrido la caída de muchos sin que se den cuenta

Cierta vez, después de pasear en el bosque, un ciervo orgulloso buscó un lugar en donde pudiera saciar su sed, y encontró un pequeño lago. Mientras bebía, observó que su imagen se estaba reflejando en el agua, y vio cuán bonita e imponente era su cornamenta.

Lleno de orgullo, el ciervo empezó a decir: “Realmente yo supero en belleza a todos los demás animales. Mi cornamenta, de hecho, es muy bonita”.

Mientras la admiraba, él notó que sus piernas eran largas y chuecas, e hizo una reclamación: “¡¿Cómo pude haber sido creado con una cornamenta tan bonita y tener piernas tan horrorosas?!”.

Él aún estaba rezongando cuando, de repente, surgió un león. En un solo impulso, aquellas chuecas y largas piernas, con algunos saltos, lo pusieron fuera del alcance del depredador.

Cuando él aún estaba escapando, intentó pasar por un camino en donde los árboles se cerraban, y su cornamenta se atoró en las ramas inferiores del árbol. Con eso, el león lo alcanzó y fue devorado sin piedad.

Antes de la ruina, la soberbia

Todos nosotros tenemos puntos fuertes y cualidades, y no hay nada malo en saber apreciarlos. El problema consiste cuando nuestra confianza es colocada en esos atributos.

Si no fuera por la cornamenta, por la cual el ciervo tanto se enorgullecía, sus piernas feas y chuecas lo habrían puesto a salvo de aquella situación.

Cuántos, confiando en su propia valentía, se expusieron a situaciones en las que colocaron sus vidas y las de otras personas en riesgo. O, usaron lo que aparentemente tenían como bueno para humillar a los demás, creyéndose superiores.

En aquel momento, sin darse cuenta, la actitud de presumir en lo que consideraban valioso en sí mismos, estaban anunciando su propia ruina.

“Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Proverbios 16:18).

La fuerzas en la debilidad

El apóstol Pablo, un hombre extremadamente usado por Dios y lleno de Su Espíritu, sabiamente dijo:

“Si es necesario gloriarse, me gloriaré en lo que es de mi debilidad” (2 Corintios 11:30).

Parece contradictorio, pues, cualquier ser humano se gloriará de su fuerza. Al final, ¿a quién le gusta alardear por un aspecto débil? Nadie, pues, suena incoherente.

Sin embargo, como lo explica el obispo Edir Macedo: “La humildad y el carácter de Pablo se hicieron visibles por el hecho de que él rechazó hablar de sus talentos o logros”.

En lugar de eso, resalta el obispo, el apóstol prefirió destacar todo el sufrimiento que pasaba a causa del Evangelio. Las persecuciones, los castigos, las prisiones y las tribulaciones externas e internas eran para él como un trofeo.

Pablo reconocía el valor que contenían todas estas cosas que, aparentemente, sonaban como debilidades. En ellas, él veía el cuidado de Dios con respecto a su alma, y cómo, por medio de ellas, Su nombre estaba siendo glorificado. “El Altísimo permitió que su siervo viviera rodeado de aflicciones para que Su poder se manifestara. Solamente en medio de las angustias, el ser humano empieza a depender solamente del Señor”.

Fortalézcase

Nuestras debilidades son excelentes oportunidades para dejar que Dios nos perfeccione con Su poder. Pablo entendía tanto la grandeza de esa palabra, que reconocía que cuando estaba débil, entonces, era fuerte (2 Corintios 12:10).

Sin embargo, esta consciencia existe en los que buscan, con sus vidas, glorificar a Dios. Aunque, para agradarlo, sea necesario negarse a sí mismos.

Y agradar a Dios es un ejercicio constante de sacrificios. Por esa razón, desde el 22 de septiembre, en todas las Universal, se está llevando a cabo el Ayuno de Daniel. Serán 21 días distante de la información y entretenimiento secular para enfocarse en cómo agradar a Dios.

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