Desierto: la escuela superior de Dios
Los desiertos forman parte de la vida cristiana, ya que por medio de ellos maduramos en la fe y estrechamos nuestra relación con Dios.
Por esa razón, Dios permite que sus hijos pasen por los desiertos. Sin embargo, Él nos hace compañía, e incluso providencia nuestro sustento durante nuestra permanencia en ellos, como hizo con el pueblo de Israel.
Dios jamás deja que Sus hijos padezcan en el desierto, pero siempre da el libramiento, el socorro.
Tal vez, en este momento, estás pasando por uno y te sientes perdido(a) y desorientado(a). Tal vez estás en el lecho de un hospital, enfrentando dolores terribles, o pasando por un problema financiero, en el cual no logras ver una salida. En fin, sea cual sea tu dolor, ¡Dios está ahí contigo!
Dios tiene un propósito para tu dolor
Cabe recordar que el pueblo de Israel fue conducido al desierto por el propio Dios.
Dios es el guía de Israel y uno espera que un guía lleve a sus liderados —aquellos que están bajo su mando— por caminos seguros, por un camino de facilidades. Pero, Dios eligió el camino más difícil. Y, en ese desierto, Dios permitió que el pueblo fuera humillado, que tuviera falta de agua, hambre…
«Y te humilló, y te dejó tener hambre, y te alimentó con el maná que no conocías, ni tus padres habían conocido, para hacerte entender que el hombre no solo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor.» (Deuteronomio 8:3).
El mismo Dios que permite la humillación es el Dios que la exalta. Y hay un propósito para la humillación. El mismo Dios que permite tener hambre, envía el maná. Pero, para que venga el maná y el agua, es necesario que tengamos hambre, no de comida o de agua, propiamente hablando, sino sed y hambre de Dios.
Es necesario tener sed y hambre de Dios
Pero, si Dios jamás deja que sus hijos padezcan en el desierto, ¿por qué la mayor parte de aquel pueblo que salió de Egipto pereció? Es porque ellos tenían hambre y sed, pero no de Dios, sino de Egipto. Ellos extrañaban la vida que tenían en Egipto.
Dios nos lleva al desierto con un propósito, pero no es para nuestro mal. Como dice el salmista David: «Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda tus estatutos.» (Salmos 119:71).
Dios tiene una escuela superior que se llama desierto, Él tiene un método pedagógico para hacernos aprender Sus mandamientos, y es por medio de la escuela de la aflicción, del dolor, de los desiertos.
Por lo tanto, no te preocupes, si Dios permitió que fueras al desierto es porque Él te va a socorrer y, un día, también vas a poder decir: «Bueno es para mí ser afligido». Ya que, en el desierto, te conoces; ves lo que antes no podías ver y conoces tu verdadera condición espiritual.
Dios desciende en donde estás
Dios es tan maravilloso, que desciende en nuestro desierto. Él es humilde, va a donde nosotros estamos. Si habitas en una comunidad, si estás en una prisión, en un cuarto solitario, en medio de una familia problemática o formas parte del grupo de los excluidos, aquellas personas que no tienen ninguna oportunidad, no importa: Dios desciende en donde estás.
En el desierto, Dios provee todo lo que necesitamos físicamente, emocionalmente y espiritualmente. Así como Él envió el maná para que el pueblo de Israel pudiera sobrevivir en el desierto, también te socorrerá y suplirá todas tus necesidades.
Por eso, si Él te llevó al desierto, no pierdas tu fe, no murmures, verás que hay un propósito para todo eso. Él se va a manifestar y después contarás eso como una experiencia de fe y ayudarás a muchas personas. Confía en Él.
¿Quieres saber más sobre temas de fe? Participa en las reuniones de la Escuela de la Fe Inteligente, que se llevan a cabo los miércoles a las 7 a.m., 10 a. m., 4 p. m y 7 p. m. en el Templo de los Milagros, Av. Revolución núm. 253, col. Tacubaya. Consulta en la Universal más cercana a tu domicilio.
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