Dé sin esperar nada a cambio

En la antigüedad, los romanos arrojaban basura cerca del templo para contaminar a quienes pasaban por allí y evitar que se relacionaran con Dios. Esa imagen nos recuerda lo que dijo Jesús: «Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios» (Mateo 5:8).
En el Santo Culto del pasado domingo 9 de febrero, el obispo Franklin Sanches explicó que Dios solo puede manifestarse en nuestras vidas cuando nuestro corazón está limpio. No puede haber resentimiento, odio, envidia ni deseos de venganza en nuestro interior, porque estos sentimientos nos separan de Él. Alguien puede estar dentro de la iglesia, pero si guarda rencores, no podrá ver la acción de Dios en su vida. Por eso, es tan importante el perdón.
Muchos dicen: «No puedo perdonar, el daño fue demasiado grande». El obispo destacó que perdonar no significa olvidar, porque no sufrimos amnesia, pero sí significa liberarnos del peso de la amargura. No es necesario volver a relacionarnos con quien nos lastimó, pero sí soltar el rencor para que Dios pueda habitar en nosotros.
Así como los romanos usaban la basura para impedir el acercamiento al templo, el pecado también nos aleja de Dios. Si sabemos que algo está mal en nuestra vida y no lo dejamos atrás, esa carga impide nuestro crecimiento espiritual. Dios nos llama a limpiarnos para poder ver Su gloria y experimentar Su presencia.
El objetivo es alcanzar a todos
Dios elige exactamente a aquellos que el mundo desprecia. En la parábola de la gran cena (Lucas 14:15-24), Jesús cuenta cómo los primeros invitados rechazaron la invitación y entonces el señor de la casa envió a su siervo a buscar a los pobres, mancos, ciegos y cojos. Esto nos muestra que Dios no hace acepción de personas. «No está buscando personas que sean perfectas, que sean santas, está buscando personas sinceras, personas que realmente quieran encontrarlo, conocerlo, personas humildes que reconocen que lo necesitan», destacó el obispo.
Hoy, Dios sigue llamando, pero muchos ponen excusas: «No tengo tiempo», «No quiero cambiar de religión». Pero rechazar la invitación no es despreciar a un hombre, sino a Dios mismo.
Volviendo al tema de la parábola, el señor de la casa no insistió con los primeros invitados, sino que fue por otros. Así también debemos actuar. Si alguien no quiere conocerlo, no perdamos el tiempo. Hay muchas personas que están esperando escuchar de Dios, personas que hoy sufren, que están vacías, deprimidas, desesperadas. Nosotros fuimos elegidos cuando nadie daba nada por nosotros. Ahora, es nuestro deber llevar la invitación a otros.
Jesús nos salvó cuando nuestra vida estaba destruida. Nos rescató y nos dio un lugar en Su mesa. Ahora, debemos hacer lo mismo por los demás. El obispo enseñó que la clave del verdadero cristianismo está en dar. No se trata de dar lo material, sino de dar nuestra vida, nuestro testimonio, nuestro amor. Cuando alguien nos dice: “Gracias a usted conocí a Dios y mi vida cambió”, entendemos que todo ha valido la pena. Dios nos llama a ser luz, a llevar Su palabra a quienes más lo necesitan. No podemos quedarnos con lo que hemos recibido. «Hoy, estamos siendo invitados a la mesa del Señor. Pero no podemos salir de aquí siendo las mismas personas. Debemos salir con el pensamiento de compartir lo que hemos recibido, de darle amor a quien esté perdido, sin atención y sin cariño. Dé sin esperar nada porque quien le recompensará es el Padre Celestial», finalizó
También lee: La mayor promesa
comentarios