¿Cuál ha sido tu afrenta?

¿Cuál ha sido tu afrenta?

Por Departamento Web

Asiria era el poder más fuerte y más siniestro en el oriente, pues devoraba a todas las naciones que se ponían en su camino, trataba duramente a sus cautivos cortándoles sus miembros, orejas, nariz y labios, así como los obligaban a realizar trabajos duros. A los ejércitos oponentes los enceguecían, les cortaban sus lenguas, les arrancaban la piel, los quemaban vivos o los empalaban con estacas.

Pocas naciones se atrevían a desafiar abiertamente a Asiria. Sin embargo, Ezequías, rey de Judá, se indignó en contra de ella y se negó a pagar los altos impuestos. Como respuesta, el rey Senaquerib atacó a Judá después de haber destruido el reino del norte de Israel y, aunque Ezequías intentó apaciguarlo enviándole grandes cantidades de oro y plata, Senaquerib no mostró piedad alguna.

Una ciudad tras otras caía dentro de la frontera de Judá, caía por la crueldad de Asiria e, inmediatamente, la única ciudad restante era Jerusalén. De hecho, en 1920, un grupo de arqueólogos descubrieron, en Mosul, Irak, un prisma de Senaquerib en el que él mismo escribió lo que hizo:

“Porque Ezequías, rey de Judá, no se sometió a mi yugo, fui a su encuentro, y por la fuerza de las armas y por la fuerza de mi poder, tomé posesión de 46 de sus ciudades fortificadas. Y a Ezequías, el judío, lo hice prisionero en Jerusalén, su residencia real, como un pájaro enjaulado”.

La aniquilación de Judá parecía segura, el supremo comandante se acercó al muro de la ciudad para reunirse con los funcionarios de Ezequías y leyó una carta de Senaquerib en voz alta, para que las personas de la ciudad oyeran. Y empezó a decir insultos en contra de Ezequías y del Dios de Israel.

Cuando el rey de Judá oyó eso, rasgó sus ropas, entró al Templo y extendiendo la carta amenazadora delante de Dios, clamó:

“Inclina, oh Señor, tu oído, y oye; abre, oh Señor, tus ojos, y mira; y oye todas las palabras de Senaquerib, que ha enviado a blasfemar al Dios viviente. […] Ahora pues, Señor Dios nuestro, líbranos de su mano, para que todos los reinos de la tierra conozcan que solo tú eres el Señor” (Isaías 37:17 y 20).

En aquella noche, el ángel del Señor fue enviado por la mañana. Al despertar, el poderoso Senaquerib descubrió que 185 mil de sus soldados habían muerto durante la noche. Él abandonó el asedio de Jerusalén y regresó a Asiria. Poco tiempo después, Senaquerib estaba adorando en el templo de su dios, Nisroc, cuando dos de sus hijos lo hirieron a espada y lo mataron. Y su hijo Esar-hadón, reinó en su lugar.

Y así, lo que Dios dijo, a través del profeta Isaías, sucedió:

“[El rey de Asiria] No entrará en esta ciudad, ni echará saeta en ella […] Por el mismo camino que vino, volverá, y no entrará en esta ciudad […] Porque yo ampararé esta ciudad para salvarla, por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo” (2 Reyes 19:32-34).

En el siglo VIII a. C., el temido rey asirio, Senaquerib, fue derrotado por Ezequías, rey de Judá, y su Dios, para que todo el mundo viera.

¿Existe un Senaquerib en tu vida? El domingo 14 de abril a las 9:30 a. m., el obispo Macedo realizará un clamor, que se transmitirá desde el Templo de Salomón, para presentar todas las cartas de afrenta. ¡Participa tú también!

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