Cambie sus palabras, cambie su vida

Cambie sus palabras, cambie su vida

Por Departamento Web 2

No solo lo que es dicho puede influenciarlo al éxito o fracaso, lo que está en su mente también puede hacerlo

Nadie puede argumentar que nunca escuchó la siguiente frase: las palabras tienen poder. Estas son usadas para bien y para mal, conforme a lo que está escrito en la Santa Biblia: “De una misma boca proceden bendición y maldición” (Santiago 3:10).

No se trata de una mera creencia popular sobre evitar ciertas palabras para no atraer mala suerte. Eso incluso hasta tiene sentido, pero en un plano mucho más amplio. El propio Dios trajo a Su Hijo a la existencia, para que Él fuera quien difundiera Sus enseñanzas a los seres humanos por medio de Su Palabra. El Creador les mostró a Sus hijos que lo que se dice puede sanar una enfermedad y expulsar espíritus malignos, por ejemplo, pero también, como lo determina el versículo anterior, puede destruir diversas situaciones y personas.

A pesar de que eso se dice día a día, incluso en los momentos de mayor distracción, también existe ese poder. Entre los hombres se dicen muchas cosas sin pensar. A causa de eso, muchas semillas fueron sembradas en simples “juegos”, con o sin malas intenciones de quien habló.

El bullying es una prueba de que eso es verdad. Apodos despectivos, burlas, ironías y chistes para avergonzar —aunque en medio de la juventud puedan parecer solo “burlas”— ya dan el puntapié inicial a futuros traumas, frustraciones e indignaciones. Un gran mal puede surgir de las acciones consideradas inocentes o divertidas contra alguien, que se va acumulando hasta explotar en actos catastróficos.

Por eso, vigilar las palabras que salen de la boca —y las que están dentro de la mente—, conteniéndolas cuando es necesario, tienen más importancia de lo que parece, como se puede leer en Santiago 3:2: “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.”.

Un padre que se la pasa criticando a su hijo de manera agresiva, despreciándolo, realmente está moldeando a un futuro fracasado, si él no se indigna a tiempo en contra de esa condición. De tanto llamar a un niño o adolescente vagabundo, incapaz, burro, perezoso o adjetivos peores, se convence de que realmente es todo eso. Claro, también existe el peligro de elogiar demasiado y hacer que el niño crea que es el mandamás y que no necesita esforzarse.

Pero no es solo lo que se dice a los demás lo que puede ayudar o dañar. La palabra que aún está en la mente es poderosa. Si solo a causa de un desánimo temporal un hombre se la pasa pensando que es incapaz, débil, va a ser difícil salir del agujero. Haciendo esto, él se convencerá realmente de que no puede vencer las dificultades.

Bueno, nadie dijo que sería fácil, pero Santiago describe en la Biblia que es posible. Aquel que controla la boca es “capaz también de refrenar todo el cuerpo.” (Santiago 3:2). ¿Cuántas veces alguien contuvo un impulso de decir algo agresivo o cruel y evitó, con eso, grandes daños? Y ¿cuánta confusión y desgracias ya sucedieron por no haberse contenido? Verdaderas guerras ya empezaron a causa de malentendidos u ofensas, por ejemplo.

Entonces, piénselo bien, antes de decir aquellas “bromitas” o “elogios” disfrazados de ofensas, muy típicos en las conversaciones entre hombres. Usted dicta tanto su camino como el de quien le escucha cada palabra que sale de su boca.

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