Antes muerta que sencilla
Para Dios nada es imposible… Aunque las personas solo tengan 1 % de probabilidad para restaurar su vida, salvar su matrimonio, rescatar a sus hijos de los vicios, etc., para Él ese 1 % es más que suficiente, siempre y cuando tengamos la fe sincera de obedecer Su voz (la Palabra) sin cuestionar. Esa fue la experiencia de Naamán, un comandante de mucha estima y valor para su rey, pero que no lograba vencer un problema: la lepra, una enfermedad de la piel que era incurable.
De acuerdo con lo que enseñó el obispo Franklin Sanches durante el Santo Culto del pasado domingo 24 de noviembre, Naamán representa a las personas capacitadas, que cuentan con una profesión y/o incluso han obtenido reconocimiento, pero tienen un asunto sin resolver. «Hoy esa “lepra” puede ser un problema en su matrimonio, un hijo en los vicios, una depresión sin vencer… es aquella persona que tiene todo para lograr una mejor vida, pero no lo consigue», explicó.
Naamán era un extranjero, pero al escuchar que tenía oportunidad de ser sanado recurriendo al profeta de la tierra de Israel, preparó una comitiva y partió. Una vez ahí, esperaba que el hombre de Dios le diera una atención exclusiva; sin embargo:
«Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Ve y lávate en el Jordán siete veces, y tu carne se te restaurará, y quedarás limpio. Pero Naamán se enojó, y se iba diciendo: He aquí, yo pensé: “Seguramente él vendrá a mí, y se detendrá e invocará el nombre del Señor su Dios, moverá su mano sobre la parte enferma y curará la lepra”. ¿No son el Abaná y el Farfar, ríos de Damasco, mejor que todas las aguas de Israel? ¿No pudiera yo lavarme en ellos y ser limpio? Y dio la vuelta, y se fue enfurecido.» (2 Reyes 5:10-12).
El orgullo hace que muchos continúen sufriendo
Naamán había recibido la orientación de lo que necesitaba hacer, pero él era alguien que estaba acostumbrado a ser tratado con distinción y a dar órdenes, no recibirlas. Su mayor lepra no era física. El profeta Eliseo sabía que el problema de Naamán era la arrogancia y era necesario que fuera quebrantado, «porque con Dios la humildad es la puerta de entrada, como está escrito: “Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el Reino de los Cielos” (Mateo 5:3-11)», destacó el obispo.
Ser humilde es sujetarse a la Palabra de Dios y obedecerla sin cuestionar, porque Su voz es suprema. Muchos actúan como Naamán poniendo en duda la voluntad del Señor, sobre todo porque parece que Su orientación no tiene sentido. En el caso de este hombre, objetó por qué tenía que descender al Jordán, ya que había épocas en las que sus aguas eran turbias y por su condición en la piel hasta podría morir. Pero al final aprendió la lección:
«Pero sus siervos se le acercaron y le hablaron, diciendo: Padre mío, si el profeta te hubiera dicho que hicieras alguna gran cosa, ¿no la hubieras hecho? ¡Cuánto más cuando te dice: “Lávate, y quedarás limpio”! Entonces él bajó y se sumergió siete veces en el Jordán conforme a la palabra del hombre de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño pequeño, y quedó limpio.» (2 Reyes 5:13-14).
«Si Dios le dijo qué hacer, hágalo; Él tiene la razón porque quiere lo mejor para usted. Naamán quería facilidades haciendo las cosas a su manera; pero nunca es a nuestro modo, sino del Señor. ¿Usted quiere que Dios le dé una nueva vida? Entonces, tiene que bajar a las aguas del Jordán. Hay personas que dicen “antes muerta que sencilla”; pero, así como Naamán tienen que descender, humillarse, reconocer y arrepentirse de sus fallas», dijo el obispo.
Tras entender y obedecer, Naamán no solo fue sanado externamente. Después de entrar a las aguas del Jordán su alma también sanó. El que había llegado como un comandante orgulloso se convirtió en un siervo de Dios:
«He aquí, ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel.» (2 Reyes 5:14).
El obispo subrayó que precisamente ese es el logro más importante: «el mayor milagro no son las bendiciones, sino que usted reciba el Espíritu de Dios. Si se entrega a Jesús al 100 %, le dará una vida diferente de la que está viviendo, comenzando en su interior. La pregunta es: ¿quiere ser transformado como Naamán? Entonces, baje al Jordán, es decir, humíllese ante Dios».
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