¿A quién te has comparado?
Descubre cuáles son los daños de la comparación y aprende a combatirla
Estamos incluidas en una sociedad en la que el hábito de hacer comparaciones se estimula diariamente. Las redes sociales, por ejemplo, se transformaron en una vitrina de vidas supuestamente perfectas, en las cuales la relación es extremadamente feliz, los días están llenos de entusiasmo y la belleza nunca falta, incluso existen filtros de fotografías para esconder las imperfecciones y mejorar aún más las fotos.
En este escenario, las redes sociales se volvieron una verdadera red de trampas para las mujeres, como si ya no fueran suficientes las trampas en las películas, series y novelas.
Una de las razones que hacen del público femenino el mayor blanco de las comparaciones es la naturaleza observadora de la mujer. El Diccionario del Español de México define la palabra comparación como «acto de comparar o poner frente a frente dos o más objetos o seres, para buscar sus diferencias y sus semejanzas».
En la práctica, la comparación empieza en la mirada y hasta se puede disfrazar de un sentimiento positivo como el de la admiración. Por ejemplo, cuando una mujer admira la actitud de una amiga. La admiración en sí no es un problema, pero empieza a ser perjudicial cuando empiezan a surgir pensamientos como «qué genial es esa actitud, pero no tengo la capacidad de hacer algo parecido», o entonces, «ella es tan talentosa, qué pena que no tuve los recursos para invertir en mí antes».
Pensamientos así traen consigo un sinnúmero de perjuicios, entre ellos destacan la baja autoestima, la falta de amor propio y el síndrome del «pobrecito».
De esa forma, la comparación hace que la mujer deje de ver su valor y sus atributos únicos para, de cierta forma, poner a otra persona por encima de ella. En el intento de igualarse, empieza su búsqueda incesante por la perfección.
Al compararse con actrices, modelos e influencers digitales, por ejemplo, un sinnúmero de mujeres invierten en todo lo que está a la moda para sentirse más parecidas a sus modelos a seguir. Sin embargo, el resultado generalmente es contrario a lo esperado, aumentando, de esa manera, su inseguridad.
Sé tú misma
Sin creer en tu propio potencial, la tendencia es que te veas a ti misma con pena y empieces a crear un sinnúmero de justificaciones para no desarrollar lo que Dios puso en tus manos.
Para vencer la comparación, primero es necesario entender que eres única. Físicamente, tu ADN es solo tuyo, tus huellas digitales no se encuentran en otra persona, el iris de cada uno de tus ojos es singular y, según especialistas, hasta los latidos de tu corazón tienen un ritmo diferente al de otra persona.
De la misma forma, internamente naciste con talentos diferentes al de otras personas y tienes facilidades y habilidades distintas. Todo eso solo muestra cuán especial eres para el Creador.
Compararte con otras personas solo va a menospreciar quién eres tú. Entonces, no te reflejes en seres humanos que son tan imperfectos como tú y ten al Señor Jesús como tu única referencia.
Cuando nacemos de Dios, no hay problema de autoestima, porque el Espíritu Santo transforma nuestra identidad y nuestro valor. Por eso, no permanecemos en esa oscilación, que a veces estamos bien y otras mal. No nos lastima la forma en la que nos tratan, mucho menos con un superego, porque estamos realizados en alguna situación.
En lugar de compararte con otra persona, busca tener el carácter de Dios en tu ADN y desarrolla los talentos que Él te dio para glorificarlo. Recuerda: el combate en contra de la comparación y el espíritu de la inferioridad debe ser diario y combinado con la fe inteligente.
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