8 de marzo: sobre el valor y el reconocimiento

Este año, como cada 8 de marzo desde 1975, se conmemora el Día Internacional de la Mujer en reconocimiento a su papel histórico, así como también por la conquista de sus derechos, como el voto o mejores condiciones laborales.

Sin embargo, más allá de los logros (sin quitarles ningún mérito) y de las felicitaciones y flores que se puedan recibir este día, la verdadera realización no está en una fecha en especial, sino todos los días a través de la plenitud del alma, pues cuando la persona se siente valorada y reconocida, independientemente de la opinión de los demás o de cualquier otra circunstancia externa, ella deja de ser vulnerable, ya no es más una mujer débil ni permite que cualquiera la desprecie porque ella misma reconoce su valor.

Pero esto solo es posible cuando esta se encuentra llena de la presencia de Dios, y eso se nota en todas las áreas de su vida. Mientras eso no sea así, aunque ella quiera amarse y valorarse no lo consigue, pues sigue a merced de los otros, porque solo bajo el cobijo de Dios —como un Padre—, solo viviendo Su amor, es que ella encuentra el verdadero reconocimiento.

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El valor propio es algo más profundo y espiritual, pues es algo que viene del propio Dios y Él te lo brinda si se lo pides, si lo buscas con sinceridad. Quizás has estado cargando con complejos, tristezas y traumas del pasado, y eso te ha hecho creer que no tienes valor e incluso por eso has aceptado situaciones de humillación y desprecio, pero Él te dice hoy, a ti, mujer, que eres valiosa, hermosa y amada.

Por lo tanto, si tienes dificultades para ver tu valor, pídele a Él que te revele esa conciencia dentro de ti. Además de eso, podrás desarrollar una relación más profunda y sincera con Él, trayéndote muchos beneficios, no solo la paz y el amor que has buscado, porque la Palabra de Dios dice que: «El corazón alegre hermosea el rostro…» (Proverbios 15:13).

Cuando una mujer tiene la verdadera felicidad, esa que viene con la presencia de Dios, se le nota, y lo mejor es que esta felicidad no depende de lo que otros opinen de ella, solo de lo que Él piensa a su respecto.

«He aquí que tú eres hermosa, amiga mía; he aquí que tú eres hermosa» (Cantares 4:1).

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